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Un nuevo contrato social

Tribuna ·

Cuando termine la pandemia, no bastará con volver a la situación de partida, sino que será necesario adoptar los principios de una economía que haga retroceder al hipercapitalismo y disminuya las desigualdades

Viernes, 26 de marzo 2021, 00:58

Dice el Fondo Monetario Internacional que tras la pandemia vendrá un ciclo de revueltas sociales provocadas por la desigualdad, que estallarán por causas varias. Es más que probable. Nuestra época es de transición. Vivimos a la vez el final de un ciclo histórico y el ... nacimiento de una nueva edad. El ciclo que termina arrancó con el Renacimiento y se ha prolongado hasta nuestros días, marcado por la hegemonía de Occidente. Este ciclo pareció culminar con la caída del Muro de Berlín, al término de la Primera Guerra Fría, cuando se llegó a pensar que Occidente había consumado el fin de la historia. En este clímax se dijo que la sociedad no existe y que sólo existen las personas. Y, a partir de ahí, el sistema capitalista entró en una desbocada espiral de desregulación en aras de un liberalismo concebido sin freno alguno, que desembocó en la crisis financiera de 2008, de la que puede decirse que no fue una crisis universal, sino una crisis de Occidente, y que no fue una crisis del mercado, sino de mercaderes, es decir, de actitudes, de conductas, de personas. Se dejaron de observar aquellas pautas de conducta y de respetar aquellos límites sin los que la vida económica se convierte en un patio de monipodio. Así, por ejemplo, la crisis de las hipotecas tuvo su origen en una sostenida práctica irregular de muchas entidades que concedían créditos sin atender a la capacidad de retorno de sus clientes, con la sola garantía hipotecaria de una finca sobrevalorada y con unos avalistas puramente formales. Por todo ello, en 2008 pasó lo que tenía que pasar: estalló una crisis financiera devastadora, cuyos costes recayeron en las clases populares y las clases medias, con el efecto inmediato del aumento de la desigualdad hasta niveles obscenos. Lo que generó, a su vez, la reacción de los «indignados», que han nutrido luego los populismos de toda laya.

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