Nadia Calviño, Pedro Sánchez y Yolanda Díaz. EFE

Nunca se irían de viaje a lo 'Thelma  & Louise'

ERNESTO MEDIA RINCÓN Y ANTONIO AGUDO MARTÍN

Jaén

Sábado, 6 de noviembre 2021, 10:29

Ernesto Medina Rincón

Sólo quedará una

Fue una tarde de toros en el Coso de la Alameda. Ojalá recordase las palabras exactas con las que pontificó mi querido José Luis Buendía. Despotricábamos unos aficionados imberbes porque los maestros no daban la talla. Ignorantes los amenazábamos con la última figura en ciernes ... del escalafón, detrás de la que había más campaña de prensa que trofeos y faenas en plaza importantes. Y entonces, «siempre pensando que el torerillo recién llegado es el nuevo Mesías de la tauromaquia».

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En el momento de aquella sentencia Yolanda Díaz debía de estar estudiando EGB. Pero le cuadra la profecía. Ha caído en gracia, lo cual en política es un cheque de valor infinito. La prensa proclive le otorga unos dotes de liderazgo para mí ignotos. El pueblo soberano concede a la vicepresidente su beneplácito por aquello tan intangible del aura. Mujer rotunda en lo físico y en la sonrisa ha conseguido sin buscarlo la anuencia del personal. En la comparación de las mechas que adornan las cabelleras de Díaz y Calviño no hay color. Frente a la ñoñería de Nadia con pendientes de perla, Yolanda es racial. Lo cual le permite ascender en la escala de simpatía de las encuestas, una de las gobernantes mejor valoradas.

Sus faltas quedan disueltas por una conjunción astral favorable que la empuja hasta…,probablemente la Nadia. Porque ascensos tan rápidos tienen caídas igual de raudas. De pronto, un día alguien recuerda en una tertulia televisiva que a Yolanda Díaz la designó a dedo Pablo Iglesias. Afea esa sucesión caudillista impropia de un partido asambleario. Lo suficiente para que el personal caiga en la cuenta de que no es tan guay, de que el paro no desciende o de que fue ella la que en una rueda de prensa se aturulló a la hora de explicar qué era un ERTE. Cualquier político sin su buena estrella hubiera sucumbido a dicha comparecencia en la que reclamó sin pudor la ayuda del ministro Escrivá. Además de su incapacidad didáctica manifestada en aquel acto, queda para la posterioridad su colofón: «Yo creo que en este país los niños y las niñas a partir de ahora ya van a saber lo que son los ERTES». La fortuna de la política es caprichosa. Dice eso mismo otra y «escarnio» de chistes sempiterno. No la veo de presidente de Gobierno. Pero no se fíen de mis dotes augurales. Tampoco la imaginaba de ministra. 

Antonio Agudo Martín

Quedará sólo Él

Tenemos un gobierno oxímoron. Es una cosa y la contraria al mismo tiempo. Es como una metáfora: ser mariposa sin serlo. Una sinécdoque en la que se toma la parte por el todo, las hojas por el rábano y la especia por el género. Es un gobierno de figuras muy literarias. Con sus polis malos y buenos y un jefazo acariciando gatos mientras decide quién vive o muere. Qué se deroga o no. Y ahí, entre versos alejandrinos y decretos leyes, puñaladas al estilo senatorial y traiciones, que ni Graham Greene hubiese ideado, anda a la greña la Nadia y la Yolanda para sorpresa del solar patrio que no le encuentra la poesía a esta poesía de hacer política.

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Me aburre mucho este juego de tronos, o de tiaras que dirían otros, mientras que aquí andamos con el gasoil a precio de brandy viejo y la luz convertida en disfraz de este último Halloween por el miedo que dan sus facturas.

Etiqueta Rosa Belmonte a Yolanda Díaz como esa ministra del extraño prestigio que fue capaz de cortarle la coleta y la carrera a Pablo Iglesias. Y ahí va interpretando una especie de matrimoniadas con Nadia Calviño, la ministra de mirada añil, a cuenta de unas cuentas que no salen y que no se cuadran ante el líder que sigue en su palco eligiendo a mirmillones y secutores para seguir dando espectáculo en el coliseo de esta España nuestra, que tanto hubiera seguido inspirando a la recordada Cecilia.

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Querido Ernesto, todos estos enfrentamientos entre socios y sus sucios juegos subterráneos me traerían sin cuidado si no estuviéramos en esta situación en la que se están jugando nuestras pensiones en el bingo de las redes sociales sacando líneas en Twitter.

Para mí Nadia y Yolanda son las ministras hiperbólicas, todo lo magnifican o lo minimizan según se les antoja la metonimia. Como la ministra Montero que, con sus presupuestos preciosos, sigue dándole a la sinestesia. O el Escrivá y el Marlaska enredados en sus pleonasmos. Sus repeticiones y ensayadas onomatopeyas. Llaman a una cosa por otra y las anáforas tabletean en los platós de televisión con ambas disparándose venenosas églogas mientras, paciente, el paradójico Sánchez intenta hacer coincidir, como contaba Bradbury en el 'Sonido del Trueno', dos líneas temporales: la real y la que nos cuentan Yolanda y Nadia. Dibujando elipsis para escapar de su eterno soliloquio.

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