Nunca imaginé tener que escribir estas palabras y nunca he deseado tanto no tener que escribirlas.
Conocí a Diego Martínez en 2012, cuando la UGR me propuso como director académico de los Cursos Manuel de Falla. En su despacho de director del Festival Internacional de ... Música y Danza de Granada me dijo: «No tengo ni idea de hacer cursos». Era mentira porque había hecho de todo, pero ahí se inició una relación profesional y personal que durará siempre.
Le gustaba rodearse «de los mejores» –decía él–, pero en realidad le apasionaba la música, compartir ideas, crear proyectos juntos... En un momento crítico del Festival apostó por su vertiente académica, y pasamos de hacer cinco cursos por año a quince –con el mismo presupuesto–, llegando a cuatrocientos alumnos en algunas ediciones, y contando en su profesorado con grandes nombres (Teresa Berganza, Gerard Mortier o Michael Nyman) y otros muchos profesionales comprometidos y entregados... porque su pasión movía montañas.
Inició su andadura en el Festival con una drástica reducción de presupuesto, que solventó con mucho trabajo y programaciones imaginativas, aumentando los patrocinios y batiendo todos los récords de público y taquilla. A esto unía una austeridad, honestidad y generosidad que nos llevó a los tres 'directores' del Festival (junto al director técnico, Daniel Ortiz) a hacer un viaje a Madrid para ir a un sinfín de reuniones y ensayos en el Fiat 500 de su hija María Luisa... porque había que ahorrar.
Nos regaló experiencias irrepetibles como el 'Orfeo' de Gluck con la Fura dels Baus (2013), la sexta sinfonía de Mahler con Sir Simon Rattle (2017) o el 'Réquiem' alemán de Brahms (2015) con músicos y público deambulando por el Palacio de Carlos V sin sillas, para terminar llorando tumbados en el suelo... Porque para Diego Martínez, como para el director de ese 'human réquiem', la música es una experiencia muy inmediata, una forma de humildad y modestia que envuelve a intérpretes y público por igual.
No olvidó nunca su formación como flautista en la Banda de Úbeda ni su tarea de director de la Banda de Quesada, que recordó felizmente en septiembre de 2017 como pregonero de las fiestas de Ogíjares, al dirigir a su banda sinfónica –con mucho oficio y ganas– en el pasodoble 'Las Corsarias' de Francisco Alonso.
Su compromiso con la música le lleva a engrandecer el Certamen Andrés Segovia de La Herradura, presidiendo desde 2015 un jurado internacional y triplicando el número de participantes de todos los confines del mundo, siempre animado por Juanjo, el 'alcalde' de la Herradura. En este jurado hemos disfrutado siempre de su saber, ecuanimidad y honestidad, que velaba por la libertad de criterio de cada miembro, con un clima de trabajo tan humano que todas las horas se hacían cortas.
A nuestro pueblo ha regalado también un festival de verano, 'Noches en el castillo de la Herradura', que en su tercera edición este difícil año obtuvo un rotundo éxito, con la actuación de Miguel Poveda. No era difícil verlo organizando todo hasta el último minuto, acompañado de algunos incondicionales, entre ellos Nuria, su mujer y compañera de aventuras.
Sus ganas de aprender le llevaron a iniciar unos estudios de Derecho, que había logrado superar por fin este año en la UGR.
En muchas mañanas de Festival en el Corral del Carbón me lo encontraba tarareando –con el nombre de las notas, como a él le gustaba– la música que había buscado en el ordenador, dirigiendo con el boli y decía: «Esto es bellísimo... mira, escucha, escucha». Y se levantaba para dirigir aún más poderosamente el clímax. Al terminar la música decía: «Pues esto lo vamos a traer el año que viene». Hay personas que nunca dejan de soñar y no se van nunca.
Pero el título de estas líneas era una de sus frases preferidas y una de sus características más humanas e inteligentes: un sentido del humor que lo podía todo, que vencía dificultades, que relajaba tensiones y derrochaba cariño. Esa pregunta solía hacerla interpelando a cualquier camarero, señalando a alguno de sus amigos y terminaba: «...que me está molestando mucho».