Karl Marx publicaba en 'Contribución a la Crítica de la Filosofía de Hegel' de 1844: «La religión es la expresión de la criatura oprimida, el sentimiento de un mundo sin corazón y el espíritu de un estado de cosas desalmado. Es el opio del pueblo». ... Esa discutida afirmación se ha trasladado en nuestros días al deporte de masas por antonomasia: «El fútbol es el opio del pueblo». La pandemia de la Covid-19 nos ha privado temporalmente, entre otras cosas, del deporte rey. Algunos presentaban síntomas de 'síndrome de abstinencia' ante la ausencia prolongada de encuentros deportivos. La reanudación peculiar de la competición, tres meses después, refleja quién ha hecho las tareas durante el confinamiento, aunque fuera en el gimnasio de su casa. En la celebración comprimida de las once jornadas pendientes de la Liga del coronavirus, el equipo de Concha Espina asumió el liderato en la competición, tras concienciarse de la victoria. Conscientes de que la Champions se presentaba inalcanzable –después de perder con el City mancuniano en el Bernabéu, antes de las faraónicas obras–, había que echar el resto en el torneo a la regularidad, que tuvo sabor a 'La Decimocuarta'. El 'Papaver somniferum' concluyó a finales de julio y continuó a mediados de agosto con 'La Orejona'. El equipo muniqués, conocido por figuras legendarias como Paul Breitner, Matthäus, Müller o Rummenigge, cuya presidencia de honor la ostenta el mítico Franz Beckenbauer, deslumbró con su verticalidad y ataque —preludio de la superación del sistema 'tiquitaca'—, de presión, velocidad y fuerza. Así arrasaron al Chelsea londinense, al Lyon del Ródano y lo que fue más doloroso —según quién— al Barça, con un duro correctivo de 2 a 8; por sexta vez exhiben en sus vitrinas el más prestigioso galardón continental, al vencer la final al emblemático equipo parisino de Mbappé y Neymar.
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La 'adormidera' futbolística no ha cesado, porque la Liga 2020-2021, a la par que el inicio del curso académico, arranca este fin de semana. Los clubes de fútbol han tenido que equilibrar sus presupuestos ante la maltrecha economía durante la pandemia; se han extrañado los estadios vacíos con público ambiental, oír el golpeo del balón y las exclamaciones desde los banquillos con jugadores enmascarillados. No está la situación económica para hacer fichajes, pero algunos equipos tienen que hacer caja con traspasos y cesiones de jugadores. El culebrón durante varias semanas ha sido el futuro de Messi, que, junto con Cristiano Ronaldo, se disputan el título al mejor jugador del mundo; los dos poseen cinco balones de oro. El rosarino ha mantenido en jaque a los jeques de los Emiratos Árabes, Abu Dabi y Qatar (sede del mundial 2022), principales accionistas del City de Guardiola o el PSG de Tuchel, que con su elevado PIB podrían hacer efectiva la cláusula de rescisión; aunque estaba presente la espada de Damocles del 'Fair Play' financiero, como apuntó Mourinho. La expectación mediática mundial para conocer el destino del astro argentino alcanzaba desde Europa a China, de Estados Unidos a Sudamérica. El todavía presidente culé –objeto de moción de censura– ha bloqueado el traspaso invocando la cláusula liberatoria de 700 millones de euros; pero dentro de nueve meses se irá gratis, lo que puede generar malestar en el vestuario. El jugador seguirá cobrando 100 millones de euros y evita un pleito de incierto resultado.
Fue Narcís de Carreras en 1968 quien inventó la expresión: «Más que un club»; pero la politización le ha pasado factura, como la fusión de CaixaBank con Bankia. Ahora están ante un inexorable cambio de ciclo. Se prevé una temporada de transición, sobre todo cuando su figura no ha ahorrado invectivas contra su presidente. Habrá que planificar el futuro con el hispano-bisauguineano Ansu Fati, aunque esto no se consigue a golpe de talonario (no hay 'pelas') ni de un día para otro. Ilusiona comprobar la incorporación de jóvenes talentos a la selección nacional de fútbol, campeona mundial hace diez años en Johannesburgo, junto con experimentados líderes como Ramos, a quien —'a la vejez viruelas'— le ha sentado bien (a juzgar por los goles de penalti) recibir las aguas bautismales y casarse por la Iglesia Católica. El brasileño Vinicius muestra públicamente su fe católica: «Querido Dios, gracias por escucharme, protegerme y hacer todo para verme sonreír». El filósofo alemán se equivocó: ¡Bienvenido el opio de la religión y el fútbol!
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