Aceite, incienso y canela
Óscar López Terrón
Lunes, 14 de abril 2025, 23:21
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Óscar López Terrón
Lunes, 14 de abril 2025, 23:21
Aceite, incienso y canela, ¿a qué huele la semana Santa en tu recuerdo?Llegan esos días a esta bendita tierra en que toda fiesta sea ... o no de guardar, es más que motivo suficiente para reunirse con la familia, amigos y gente querida, para compartir, para comer y disfrutar, se reza y se hace lo que los cánones religiosos dictan, aunque pueda parecer que se ha perdido la razón y el convencimiento del por qué lo hacemos, o quizá sea posible que sin saberlo celebremos otra cosa, otra fiesta de otros tiempos, costumbres de otras eras, todo muere para volver a resurgir con fuerza, al igual que muere el grano de trigo para que el pan esté presente en la mesa.
Se celebra la muerte en beneficio de la vida, el renacimiento fuerte de algo que parece perdido o muerto, da igual lo que pase al final, la esencia consciente de que el momento que llega tiene un especial significado es de tan vital importancia que reúne a una multitud de personas entorno a un lugar especial o sagrado, reúne familias enteras, se comparte lo todo o lo mucho que se tenga, manjares de confitería que hoy se sirven bien remunerados en las mejores pastelerías o son nicho de mercado del gigante Mercadona, en otros tiempos era la más sublime transformación de restos de comida en auténticas obras de arte maternas, nunca olvidemos que en esta tierra esa gran fuerza transformadora y creadora son ellas, las abuelas, madres y mujeres, que con una sutil magia transforman un trozo de pan duro en una fina pieza de repostería, la harina de maíz, comida de ganado, en deliciosos bocados cremosos de leche frita endulzados con azúcar y canela, así hacen especiales esos momentos y épocas del año, así nos demuestran su amor y nos hacen sentir especiales e importantes.
Unos de esos lugares regios y sagrados tan sumamente respetados por todos sin discusión alguna, con una unanimidad férrea respecto a su sacralidad, son las cocinas de nuestras madres.
Sí, llega la Semana Santa, la fiesta que celebramos en esta era, con ella coexisten muchas experiencias ligadas a olores, sabores e imágenes retenidas en la memoria y buenos recuerdos.
Son esos días, en que en cada rincón de nuestra geografía algo bulle y se prepara, en unos lugares con más boato y espectáculo, en otros con la máxima sencillez y solemnidad, como granadinos e hijos de Castilla, en casa de mi abuela, con una soberbia regia solemnidad, « el Viernes Santo no es día de ver la tele», claro, excepto para ver la película de la Pasión de Cristo o los Diez mandamientos, es tiempo de actualizarse espiritualmente y ponerse en paz con Dios, en cada lugar, de uno u otro modo, con la misma finalidad, estar y compartir con tus seres queridos.
Quizá, de donde procedo, Talará, un pequeño pueblo situado en la comarca histórica del Valle de Lecrín, al sur de Granda, no hay discusiones sobre cómo anda o deja de andar determinada hermandad de penitencia, aquí la cosa es más sencilla, no por ello menos romántica o merecedora de reconocimiento, todo es más familiar, discreto y privado.
Es un altar, un monumento hecho con naranjas y limones custodiado por los Mosqueteros del Santísimo, iglesias en penumbra con señoras de luto velando a Cristo con las velas sacralizadas el jueves Santo, las mismas velas que se vuelven a encender para las divinas peticiones más importantes durante el resto del año, es también la cara de miedo e inocencia de los críos en el Santo Entierro de Mondújar al ver a Cristo en el sepulcro, al paso de los sones de las campanillas del palio de respeto y el caminar silencioso de un pueblo, la marcha más solemne que jamás haya escuchado, una lumbre en la puerta de una iglesia, que tras una semana de pasión estalla en una fiesta de campanas al vuelo, palmas de cohetes, incienso y chocolate con todo tipo de dulces, torrijas, roscos de huevo, buñuelos y flores, se mezcla la tradición cristiana con olores y costumbres de repostería árabe, qué mezcla cultural, que transformación, qué lujo, esta tierra nunca deja de sorprender.
En estos días, empiezan a surgir aromas en las cocinas de nuestra tierra a aceite de oliva, a canela y limón, se escuchan ritmos y sones tan peculiares como el que hacen esos tenedores grandes de la cubertería que nadie usa nunca excepto para montar las claras de huevo que decoraran las natillas en estos días, manotazos dentro de las calderas de porcelana rojas aumentando la masa de pan sin cocer que días previos habían encargado nuestras abuelas a «Carmela la del Ninflo» panadera de confianza, esa poética frase sin rima ni métrica «vamos a freír los buñuelos que la masa se ha venido», esa sacra imagen de Nuestra Señora del Carmen plasmada en un tarro de miel de caña con su plato de buñuelos al lado, se mezclan culturas orientales, especias, incienso y aceite, se crean momentos de disfrute familiar inolvidables, se celebra la vida y no la muerte, se celebra y comparte todo con el elemento más importante de la sociedad, el más preciado que cada persona tiene, da igual como se llame o quien o cuantos la formen, tu familia, de sangre o de hechos, el lugar seguro donde siempre se puede volver.
No corrompamos con excusas sin fundamento la celebración de estos u otros eventos, dejemos a un lado la supuesta falta de tiempo comprando productos sin amor sin alma, hechos por la industria, no vaguemos por la indiferencia y la omisión de ser lo que somos, de reconocer nuestra más pura esencia, no es el objetivo si no el camino, no es comer, es dedicar tu tiempo y compartirlo con quien amas, por propia experiencia, cuando hacemos algo compartido sin prisas, surgen momentos y conversaciones maravillosas, frenemos y retomemos contacto, tomemos tierra y marquemos las lindes a una vida cada vez más disruptiva y exigente para poder compartir lo más preciado que una persona puede darnos, su tiempo, una vez acabe no volverá, elige bien como lo gastas, a veces lo importante e inaplazable no lo es tanto, luego será tarde.
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