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Que hay a quien le cuesta comprenderlo. A la escuela los niños van a aprender, a socializarse, a convivir con otros niños, a que los padres sean ayudados en el proceso educativo de sus hijos. Y eso no se consigue con un vasito de licor ... de brevas. Eso se puede conseguir con conocimiento, didáctica, comprensión, paciencia, tesón, arte a veces. Y no solo con matemáticas, lengua, sociales, naturales o educación física. Los valores impregnan toda la labor docente, desde antes de que los niños pisen el aula, y, también si son precisas, las regañinas y por supuesto los ejemplos. La labor docente es compleja. No hay un Tesaurus con fórmulas. Es el momento y son las circunstancias los que determinan la actuación. Y eso la Administración con frecuencia ni lo sabe ni lo quiere ver. Pero es que los padres y madres tampoco. Y se permiten los lujos de dotar a sus hijos de razones que solo el corazón entiende, porque el juicio las esquiva al instante. Dar la razón a un niño de siete u ocho años por delante de una maestra es sentenciar al niño para toda su vida, porque esa futura persona siempre estará revestida por la unción de quien lo protege en sus actuaciones, que no siempre serán adecuadas o justas, pero creerá que lo son. Y estará predeterminada a sentirse lo que no es. Esto se percibe en actitudes y comportamientos humanos, y se explica en parte desde esta acción parental o maternal. Todos podemos equivocarnos, pero es más difícil el error en quien más sabe y mejor lo piensa.
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