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La maldad no conoce fronteras. Innumerables páginas de la historia lo atestiguan y además resaltan que la perversidad y la cobardía van cogidas de la mano, acentuándose aún más la repugnancia de los delitos que generan. Que los padres de Marta del Castillo son héroes, ... no cabe la menor duda; pero muertos de por vida. Como otros padres cuyos nombres están incluidos en la relación de los que sufren las garras de atroces espinas en el corazón, aunque en las sienes fertilice el laurel de la entereza. El grado de brutalidad es tan elevado que supera al de las feroces fieras, privadas de razón. Hasta los buitres dejan la huella del esqueleto, una vez saciada su hambre natural de muerte, no de vida. Si es execrable el asesinato, mucho más si se priva del adiós definitivo a unos padres impidiéndoles verter sus lágrimas sobre los restos mortales de su hija y disponer de un lugar para, cuando el corazón se encoge de tristeza, desahogarse en los atardeceres de desconsuelo comprobando si la lápida permanece fría por la ausencia de un cuerpo ardiente a pesar del beso de la muerte.
Hace unos meses leí el artículo 'En honor de todas las víctimas, con especial recuerdo para los padres de Marta del Castillo' de Virginia Domingo, juez experta en Justicia Restaurativa, y me abrió los ojos a otra realidad: «Cuando un delito muy grave ocurre sólo tenemos una cosa en mente: que el infractor sea castigado de forma severa». Añade la juez: «Nunca hasta hace muy poco me había dado cuenta de que nos olvidamos sistemáticamente de las víctimas, de qué queremos para las víctimas. Nuestro centro de atención es el infractor; como mucho pensamos que con el castigo ejemplar al delincuente, la víctima se va a sentir mejor». Y se pregunta: «¿Pero realmente siempre es así o quizás los que nos sentimos mejor somos nosotros, muchos de los cuales nunca hemos sido víctimas directas de un delito, con lo que no podemos saber por lo que están pasando las verdaderas víctimas?». Esto lleva a la juez a plantearse «si es bueno que una persona sea considerada víctima toda la vida», añadiendo un peso más a su tragedia.
Ciertamente la «reparación» es pretensión razonable ante un delito tan brutal, aunque sea problemático el proceso de las víctimas hasta conseguir su «curación». Recuerda Virginia Domingo que «en las dos primeras etapas las víctimas intentarán dar sentido a su vida y a lo que ha sucedido; su meta principal será llevar el rol de víctima con honor», y tratarán de reconstruir los episodios con la determinación de encontrar todo el sentido posible a lo que han padecido, transformando la humillación en dignidad, construyendo defensas que ahuyenten intrusos complejos. En la siguiente etapa, las víctimas desean venganza, por lo que «necesitan saber que hay una persona responsable y les gustaría poder equilibrar la balanza que se ha visto desequilibrada por el delito». Finalmente «reclaman justicia», no sólo por sentimiento de seguridad sino por cerciorarse de «que el infractor no volverá a cometer nuevos delitos».
Un capítulo del reconocimiento contempla no mantenerlas al margen del proceso, manifiesta la citada juez, por lo que es primordial tenerlas informadas y facilitarles canales de participación. Asimismo, pese a que la tragedia siga aferrada a sus vidas cual garrapata, la ayuda será esencial para sentirse liberadas de pesadillas y reconciliadas al menos con ellas mismas, exterminando la carcoma del odio.
Sin embargo tanto para los padres de Marta del Castillo como para los que soportan un infierno similar, no será posible tal aspiración si no recuperan los restos mortales de su hija. Por eso semejantes crímenes merecerían pena perpetua, sólo revisable en función de unas condiciones: indicar el lugar donde se oculta el cuerpo del delito, por ejemplo. Si actores y encubridores, ante esta salvajada no tienen empatía con las víctimas, ¿por qué la justicia ha de tenerla con ellos? No se trata del «ojo por ojo», sino de justicia contra la injusticia. También es un aviso a 'piratas' expertos en depredar vidas y cuerpos a modo de tiburones en los océanos.
«Este es el abismo entre la justicia actual y cómo debiera ser, más humana, más cercana y más restauradora con el objetivo fundamental de reparar, compensar y ayudar a las víctimas ya que el castigo al infractor es tan sólo una parte de lo que llamamos justicia», dictamina la juez Domingo. Si se prestase atención a esta recomendación probablemente podrían exclamar los dolientes: «Se ha hecho Justicia». La que habría que aplicar a los violadores asesinos.
Miguel Carcaño era propietario de la vivienda donde se cometió el crimen, y al saber los padres de Marta que estaba embargada y que nadie quería comprarla, la adquirieron por un «precio simbólico» con la idea de cederla «libre de cargas» para que la habitara el asesino al salir de la cárcel, si confesaba la verdad e indicaba el lugar donde fue ocultado el cuerpo de su hija. Pero esta propuesta no ablandó el corazón de Carcaño, endurecido desde el 24 de enero de 2009.
Concluyo con palabras de la citada juez: «Las víctimas necesitan superar el trauma que el delito ha generado en ellas y recobrar cierto sentimiento de 'normalidad'. No es sano para las personas más cercanas ni para ellas mismas continuar sintiéndose víctimas porque esto conllevará que estarán 'muertas' de por vida».
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