Padres de nuestros padres
Les metemos miedo porque los preferimos asustados antes que inconscientes
Rebeca Alcántara
Motril
Lunes, 6 de abril 2020, 11:10
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Rebeca Alcántara
Motril
Lunes, 6 de abril 2020, 11:10
¿Mamá cómo estás? Todos los días. ¿Papá cómo vais? Por la mañana y por la noche. No habíamos marcado nunca los hijos tantas veces ... el número de teléfono de nuestros padres. No habíamos sido nunca tan hijos con ellos, tan hijos o tan padres. Construimos, entre hermanos, burbujas dónde meterlos para que no les roce el aire y comprendemos que les preocupara tanto que nos abrigáramos cuando hacía frío en la calle. Tenemos miedo, el mismo miedo que siempre tenían ellos cuando llegábamos tarde. El mismo pánico que pasaban cada vez que nos íbamos de viaje. La misma inquietud constante que no les dejaba dormir cuando se nos olvidaba avisarles de que se había alargado el café y se nos había vuelto día la tarde. Hasta los que no tenemos hijos nos hemos transformado en padres. En padres de nuestros padres.
El umbral de sus puertas se ha convertido en un abismo y jamás, por muy lejos que estuviésemos, los habíamos echado tanto de menos. Nos resuenan sus gritos en la cabeza y nos revuela y nos revuelve la posibilidad de no volver a escucharlos. Y lloramos, para dentro, asustados.
Somos ahora los hijos los que les reñimos a los padres para que no salgan a la calle, como cuando ellos nos gritaban que nos quedáramos ese día en casa. Les hacemos la compra. Les hablamos a través de la puerta. Les hemos enseñado a hacer videollamadas. Les metemos miedo porque los preferimos asustados antes que inconscientes. Con miedo pero en el sofá. Con pánico pero sin salir a la calle.
Y hasta los que no tenemos hijos, entendemos mejor que nunca ahora lo que significa ser padre. Comprendemos lo que es querer que nada malo te pase. Y a nuestros amigos, ya no les preguntamos por sus niños, les preguntamos por sus padres. Que son viejos, pero no tanto. Que queremos que les quede mucha vida por delante. Que todavía nos hacen tanta falta sus abrazos. Que no queremos sentirnos culpables.
Nos bebemos un vino. O dos. Ya han caído unos cuantos esta tarde. Nos reímos y planeamos un viaje a la playa, cuando todo pase. Suena cómico, pero hemos pensado alquilar una casa. Una con piscina y muy grande. Donde dé mucho el sol. Mis amigas y yo. De repente colgamos. Segunda llamada a mis padres. Trago saliva. Una amiga le acaba de poner nombre a los fallecidos, el nombre de una madre. No es la mía. Respiro. ¿Mamá cómo vas? «Pues aquí, como todos los días. Esto no cambia». Se ríe. Y yo pienso, que no cambie. Que sigan ahí, en el mismo sofá, cuando todo esto pase. Cruzo los dedos, muy fuerte. Los cruzamos todos. Ahora somos padres de nuestros padres.
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