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Una pagoda en Kyoto

Según entro en un aeropuerto, mi poder adquisitivo se dispara varios puntos por encima de la inflación y no me parece caro el botellín de agua de tres euros

Manuel Pedreira Romero

Sábado, 19 de noviembre 2022, 00:38

Es poner el pie en un aeropuerto e invadirme la sensación de haber entrado en una vida diferente. No sé si mejor o peor, pero desde luego distinta a la que vivo más allá de sus muros, en casa, en la calle, en un bar ... o en el trabajo. Para ser exactos, no es la vida lo que cambia, sino yo. De repente, un sentimiento de euforia más o menos disimulada me domina. Puede que sea la expectativa del viaje o el glamour inevitable que siente alguien como yo –que apenas sube un par de veces al año a un avión– cuando pasea por esas tiendas donde venden cartones de tabaco inmensos, botellas de brandy gigantescas, frascas de aceite con tamaño de garrafa y tubos de Mentos de dos metros.

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