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Los cinco años en la Facultad de Derecho me dejaron, además de un somero conocimiento de leyes y una minuciosa erudición en cafeterías, unos cuantos latinajos que, andando el tiempo, afloran a mi memoria como el reflujo amable de una resaca remota. Esas expresiones en ... latín, entonces digeridas con desdén y una tozuda incomprensión, son probablemente el mejor legado de aquel tiempo. Las había facilones y frecuentes, como el 'in dubio pro reo', otras confusas y proclives a una traducción chusca, como el 'dura lex sed lex' y su vinculación con la vajilla de casa, algunas enigmáticas, como 'rebus sic stantibus', y la mayoría esclarecedoras y dignas de ser empleadas a diario. Entre estas últimas vamos a citar, señor catedrático, la de 'pacta sunt servanda', muy a pelo para estos días de asombro continuo.
Los pactos son para cumplirse. Los acuerdos deben mantenerse. Los contratos son obligatorios, tienen fuerza de ley entre las partes. Y el contrato, por si no lo saben, puede ser verbal. Es más, es perfectamente válido y eficaz excepto en los casos en que la ley obliga a formalizarlo por escrito. Ozú, va a ser que aquellos manuales de Díez-Picazo me han dejado más poso del que creía. Pero sigamos, que me despisto.
Los pactos son para cumplirse... salvo cuando media en el asunto una alcaldía como la de Granada. Y aquí alguna de las dos partes ha faltado a su palabra. Quiá, qué digo yo dos partes. Hasta tres, cuatro y cinco. Acuerdos cruzados, bilaterales, en diagonal y con más trayectorias que la cornada de Paquirri, que siguen en el limbo para pasmo del personal. En un ejercicio de trilerismo político que no conoce antecedentes en la historia democrática de Granada, hoy se cumple una semana del pleno en el que salió elegido Luis Salvador, el hombre que decidió ofrecerse en sacrificio para gobernar él solo la ciudad. Dijo dos más dos antes de entrar en el salón de plenos y al salir confirmó lo que todos intuíamos, que dos más dos son cuatro, justo los años que se propone permanecer en el puesto. El todavía alcalde asegura que nunca dijo aquello del dos más dos. Pero lo dijo. Nadie da tanto a cambio de nada. No hace falta ser Einstein para saberlo. Otro asunto es que la partida entre bambalinas que se juega en Madrid le permita por ahora sostener su órdago.
Hubo una época en que la palabra dada constituía una verdad inalterable, un dogma que no admitía titubeos. Corren ahora malos tiempos para las promesas. Se hacen humo con demasiada facilidad. Respetar la palabra es propio de lerdos. No está de moda. La única de fiar, según parece, es la de Josu Ternera. Después de matar a más de ochocientas criaturas inocentes, después de mantenerse 17 años huido de la justicia, una jueza francesa lo puso el miércoles en libertad con la condición de presentarse una vez por semana en la comisaría, y el pavo aportó como aval su «palabra de vasco» para garantizar el cumplimiento de la orden. ¿Cómo se decía hijoputa en latín?
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