En septiembre la vida vuelve a su actividad habitual. Comienza el curso educativo, político y en otros diferentes ámbitos. Vuelven las arengas, los retos, las astracanadas, la verborrea, los debates sordos,… Vuelven a los estrados políticos, pero también a las tertulias políticas televisivas, especialmente, y ... a las redes sociales en un volcán de radicales intransigencias. En esta vuelta la palabra es de nuevo protagonista. Son tan importantes las palabras que los que mandan (también la publicidad) ponen todo el interés posible en controlarlas o en trastocarlas, o en vaciarlas de significado. Para mangonear la realidad no hay mejor herramienta que la manipulación de las palabras. Si uno puede controlar el significado de las palabras puede controlar a quienes las escuchan, a quienes tienen que utilizarlas. Y es que las palabras dan forma a nuestra idea del mundo. Cuando elegimos un término con atención ponemos un orden en el caos, nos armamos como seres humanos. En 'Etimologías para sobrevivir al caos' (Taurus, 2021) la escritora italiana Andrea Marcolongo habla del poder de las palabras. La autora da voz a un personaje: Humpty Dumpty, protagonista de una antigua canción británica, recuperado por Lewis Carroll en la novela posterior a Alicia en el país de las maravillas. En un diálogo a través del espejo, Dumpty —Tentetieso en español— le dice a Alicia que cuando él emplea una palabra, esta significa exactamente lo que él quiere que signifique, ni más ni menos. Ese es el meollo, el sentido de las palabras (con su etimología) y el uso que les demos. Las palabras son pebetero de democracia. No puedo pensar en algo que no tengo palabra para describir. Los griegos decían que si lo abandonamos, que si ya no reconocemos el valor y la importancia del lenguaje, significa que otro se hará cargo, utilizándolo a su antojo, velándolo y manipulándolo. Por eso es bueno tomar recado de ello ahora que volvemos a 'la normalidad' y considerar a nivel personal y social la responsabilidad permanentemente vigilante que tenemos con la palabra, con el lenguaje. Poco a poco estamos transformando el lenguaje, volviendo cada vez más ambiguas las palabras, mientras aplaudimos el cinismo, el relativismo. Asumimos casi imperceptiblemente, en medio de la barahúnda cómo la manipulación del lenguaje va calando en todos nuestros ámbitos, a través de palabras sueltas, expresiones y estructuras que se imponen mediante múltiples repeticiones.
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Como señalaba Víctor Klemperer en 1944 en su obra 'LTI. La lengua del Tercer Reich': «una característica especial del discurso nazi es la desvergüenza con que mienten. Continuamente, y sin sombra de escrúpulos, afirman lo contrario de lo que han afirmado la víspera»; unas mentiras que, repetidas miles de veces, se convierten en realidad. Algo que ahora sigue ocurriendo. Entretanto el pensamiento, la personalidad, individual, se van cercenando. Así, el lenguaje se vacía de contenidos intelectuales y se llena de conceptos emocionales. El escritor que con más claridad se rebeló contra el totalitarismo en el siglo pasado, George Orwell, tuvo siempre una insistente preocupación por el lenguaje, por la necesidad de mantener su claridad y su nitidez. Porque las palabras cuando están cargadas de su verdad son la puerta que da paso a la plenitud.
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