Esta pandemia ha venido para quedarse, y el que no quiera verlo, peor para el. Lo mismo que se van a quedar otras que la principal trae consigo. Me refiero a esa nueva visión que nos deja el asfalto y las aceras, salpicados de mascarillas ... de todos los colores, tamaños y formas gracias a unos incívicos ciudadanos, que son los primeros en lamentarse y quejarse a la autoridad competente, de lo sucias que están las calles porque no las limpian. Para mantener las calles en perfecto estado de revista, habría que tener detrás de cada ciudadano desaprensivo e insolidario un asistente personal que recoja las mascarillas que se arrojan al suelo, los chicles que se escupen, los pañuelos de papel y las colillas, por nombrar solo algunos de los despojos y restos que lanzamos al medio ambiente de los vecinos para que carguen con nuestra falta de educación y nuestros microbios contaminantes. Y éstos propagan infecciones, enfermedades y dan un aspecto a nuestras calles de vertedero insalubre, donde bacterias y roedores campan a sus anchas, gracias a la mala educación de las criaturas humanas.
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Hasta qué punto la falta de higiene y plaguicidas está copando nuestra sociedad que en plena sesión parlamentaria andaluza una rata ha sembrado el pánico entre sus señorías, dejando escenas dignas de una película de Berlanga, ahora que celebramos el centenario del genio valenciano. En esta España de charanga y pandereta, donde un gobierno no es capaz de poner pie en pared contra la pandemia y las sanciones impuestas a quienes se han saltado la norma, van a quedar en agua de borrajas tras las sentencias que nos vienen en cascada, es imposible pensar que el ser humano tiene algún futuro fuera del caos y la autodestrucción que, nosotros mismos estamos protagonizando. Asistimos con indiferencia a que países 'europeos' legislen contra el colectivo LGTBI, como si el asunto no fuera con nosotros y no se estuvieran vulnerando los derechos humanos. Pensamos que el maná convertido en los fondos europeos va a solucionar la gran crisis económica, sin percatarnos de que los bancos se van a llevar miles de millones de esa tarta, solo por ser los mediadores oficiales imprescindibles para hacer el reparto del dinero. Una aberración sobre la que ningún gobierno de la vieja Europa ha querido decir ni pío, aceptando que se trata de un impuesto revolucionario, con el descaro más cruel jamás pensado. Los banqueros se llevan por la cara miles de millones de un presupuesto dedicado a paliar a los más afectado por la covid, y hasta los sindicatos miran para otro lado, sin poner el grito en el cielo.
No estamos indignados, estamos abandonados a nuestra suerte en un barco que camina sin rumbo, y lo que es peor, sin nadie al timón. Aquella Europa que con tanta ilusión acogimos en nuestra entrada, esperanzados a convertirnos en ciudadanos 'normales', es ahora la que nos obliga a comulgar con ruedas de molino, asfixiando nuestra maltrecha economía, racionando las vacunas que necesitamos, según su criterio, no el nuestro. Revisando a la baja nuestros planes de empleo y estrangulando nuestro sistema de pensiones para que cuando llegues a la jubilación seas un usuario del banco de alimentos, y en pocos años, vayas rebuscando en los contenedores de basura. Esa es la Europa que tenemos, la que nos ha defraudado a todos y la que nos hace preguntarnos cada día ¿Por qué, estamos en ella? Que alguien nos saque por favor.
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