Hace unos meses, cuando estuve de visita en el Senado me encontré con una escena que me llamó poderosamente la atención: José Montilla sentado en un sofá bastante cómodo, en uno de los pasillos de la Cámara Alta, hablando feliz y relajado por el móvil. «¿ ... Qué hace este tío aquí?», pregunté al amigo que me había invitado; «es senador por designación autonómica, ¿no lo sabías?». No solamente no lo sabía sino que me parecía un símbolo casi insuperable de la anomalía política e institucional con la que vivimos en este país. Es decir, uno de los mayores responsables de la crispación en Cataluña y de echar leña al fuego separatista cuando encabezó esa bochornosa manifestación en contra del Tribunal Constitucional porque había declarado ilegales ciertos artículos del nuevo estatut catalán de estilo indio, seguía disfrutando del sueldo público y sin ningún tipo de remordimiento. Por supuesto, Montilla visitó a Junqueras en la cárcel.
Me viene esto a la mente porque Rajoy y el marianismo han asomado la cabeza con la excusa de presentar el libro de su ex ministro Nadal, donde además de demostrar que el rajoyismo está dispuesto a asaltar de nuevo el PP- o lo que quede de él- el ex presidente se permitió el lujo de dar lecciones de gobierno y de lamentar la poca preparación que hay en la política actual. Y es cierto, qué duda cabe, que sufrimos la generación política más mediocre y lamentable que habrán podido ver los españoles en toda su historia, incluida la prehistoria. Pero si no recuerdo mal, un señor que fue el registrador de la propiedad más joven de la historia de España y que luego llegó a presidente del Gobierno de su país, decidió irse a un excusado VIP de un restaurante mientras dejaba ocupando su sitio un bolso que testificaba como esta persona tan preparadísima había entregado su país al personaje más nefasto y farsante que ha pisado la moqueta del Congreso de los Diputados. Lo bueno del bolso es que ni podía ver ni podía oír, mucho menos hablar; pero esta persona que cometió tal acto de indignidad, irresponsabilidad y desvergüenza para con su país se llamaba Mariano Rajoy y es el mismo, el mismo, que tuvo el atrevimiento de subirse a una tribuna a dar lecciones de política y de responsabilidad.
Cuando sesudos sociólogos se lamentan por el desprestigio de la política, que viene de mucho tiempo atrás, culpan a los partidos y a la imagen sectaria que estos acaban proyectando a la sociedad. Pero, al final, pasamos del desprestigio de la política al ridículo más abierto e indisimulado, como el que se ha impuesto como modelo a seguir de unos años a esta parte. Si bien el 15-M fue la explosión definitiva de ese virus populista que le ha comido el cerebro a buena parte de la izquierda y la ha despojado de sus mejores virtudes hasta convertirla en un amasijo de oportunistas amorales que a duras penas saben leer y escribir, no fue hasta hace pocos años cuando lo poco que quedaba de respetable en los políticos y en las campañas electorales dejaron paso al concepto mediático de circo y actuación de cara a reclamar el voto de los ciudadanos. Fue cuando los candidatos se daban tortas por ir al Hormiguero o a cenar con Bertín Osborne, luchando entre ellos a ver quién le caía mejor a Bertín o quién era mejor contador de chistes según las encuestas digitales. Los políticos habían decidido dejar de hablar de política y ponerse a contar chascarrillos y bromas varias para que los votantes los apoyasen no porque creyesen que tenían mejor proyecto de futuro sino porque sintiesen que sería su mejor opción para salir a tomar cervezas o celebrar una barbacoa.
A partir de aquí, y hasta hoy, este modelo ha ido a peor y aumentado, constatando que los políticos primero perdieron el sentido de la decencia, después el sentido de la vergüenza y, finalmente, el sentido del ridículo.
Así, el mismo día que se celebró Eurovisión, pudimos ver a la candidata del PP al Parlamento Europeo subiendo un minivídeo a las redes sociales donde aparecía acompañada de jóvenes de NN GG escenificando unos gritos y una coreografía de apoyo al cantante español que en el caso de que Fraga estuviese vivo y lo viese habría muerto en ese mismo instante. Qué decir, a su vez, de un vídeo publicado de Ignacio Aguado, candidato de Cs a la Comunidad de Madrid, donde aparece en una discoteca bailando al estilo Michael Jackson.
El repentino fallecimiento de Rubalcaba nos trajo unos días de hipocresía colectiva donde se alababa ese perfil de hombre de estado y de político responsable que tantísimo lamentábamos perder pero que, sin embargo, no estábamos dispuestos a apoyar cuando seguía vivo. Son los tiempos de sobreactuación que vivimos. Eso sí, pocas cosas hay peores que sea el mismo que te enterró en vida el que organice tu funeral y reviva tu figura para pedir votos a su proyecto, del que fuiste expulsado e intentaste combatir. Celebramos, al menos, un funeral de Estado antes de dar paso a la cruda realidad viva: se acaba de constituir un Parlamento contra España.
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