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Hemos podido volver a vernos y visitarnos, charlar un rato con la familia, con los amigos, platicar sobre cuestiones importantes, del tiempo, de lo mal ... que está la política, de nuestro once ideal en la selección de fútbol, el mal ejemplo de los padres que permiten viajes de estudios a sus hijos en las condiciones que estamos viviendo y un largo etcétera. A veces, coincido en esas visitas a personas cercanas y vacunadas en torno a las ocho de la tarde. La hora del rosco, de 'Pasapalabra'. Aunque surge el tema del rejonazo eléctrico, no se trata con mucha atención, porque esta se dirige a la pantalla donde un joven veinteañero con cara de empollón, y sin embargo irradiando simpatía, va contestando detenidamente con palabras acertadas preguntas complejas basadas en definiciones. A quienes visito se muestran incapaces de retirar la atención de ese programa, 'Pasapalabra', donde Pablo Díaz, el mencionado joven, se ha alzado con un premio de un millón ochocientos mil euros.
Me ha alegrado de que haya logrado el premio porque detrás de él existe preparación, un enorme esfuerzo intelectual del que se puede tener beneficio o no, un riesgo que no garantiza que la preparación conlleve éxito seguro. Que unos dos millones de personas en este país dediquen casi una hora de atención en su ocio a un programa donde la preparación, el esfuerzo y la inteligencia se premien, sin lugar a dudas, es una buena noticia. No se trata de una puesta en escena donde recauchutados personajes banales despellejan a otros de manera inmisericorde, ni donde otros personajillos compitan por mostrar las mayores bajezas humanas, ni donde los héroes sean lamentables abonados a la constante huida del esfuerzo. Es para estar contentos. Se demuestra que la máquina de expandir basura no se justifica en que así lo demanda el vulgo.
Después de 260 programas y casi 5.800 palabras acertadas, al responder Dux, como contiene la 'x', repúblicas de Venecia y Génova, príncipe o magistrado supremo, volvían a relucir en la memoria programas como el 'Un, Dos, Tres', de Chicho Ibáñez Serrador, o 'El tiempo es oro', con la poderosa voz de Constantino Romero, junto aquellos programas que consideraron a los espectadores inteligentes, no simples receptores de excremento audiovisual.
Se demuestra por la cuota de audiencia del programa, en torno al 25%, que el público lo demanda y, puestos a elegir entre la bazofia y la exaltación de lo inteligente, prefiere lo segundo. Faltaría ahora que quienes deciden las programaciones televisivas lo tuvieran en cuenta y mostraran cierta empatía por la lucidez de la audiencia. Pero me temo que todo esto quedará en un oasis transitorio y volverán 'Jorgejavieres' frikis, las 'playas de folgar' y las 'patéticoparejas', los entrenamientos del Madrid y el Barça, que coparán parrillas de programación, acomodadas en una laxa argumentación para limpieza de conciencias; les gusta, nos dicen. Qué difícil utilizar con acierto el botón del mando a distancia, donde se puede ejercer lo justo.
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