Desde que salió a la venta el 'libro' de Pedro Sánchez- que en realidad le ha escrito Irene Lozano- me ha llegado 4 veces vía 'wassup' para su descarga gratuita. He de confesar que solo leería el citado libro si mi vida dependiese de ello ... aunque, siendo íntegramente sincero, no puedo asegurar que en tal hipótesis optase por seguir viviendo. Por esto mismo empecé a comprender que el César pedrista puede ganar las elecciones nacionales. Es cierto que habitualmente tendemos a encerrarnos en nuestra propia burbuja para no vislumbrar realidades posibles por el mero hecho de que nos horrorizan; dentro de la exigencia implacable de honestidad política e intelectual que me exijo a mí mismo para con los demás no me queda más remedio que aceptar la posibilidad mayoritaria de que el PDROE sea el partido más votado de este país.
Que nadie me pregunte porque no sabría explicarlo. Quizás dentro de algunos años, con la perspectiva del tiempo y el balance de los daños, sepamos descifrar el éxito de alguien absolutamente incapacitado y ayuno de aptitud alguna para hacerse con el poder en un sistema democrático ilustrado como el nuestro.
La buena noticia de la aparición y triunfo de alguien como Pedro Sánchez es que en el futuro ya nadie que venga podrá ser peor. La mala es que personajes como este dejan a su paso un solar tan quemado y arrasado que, tal vez, el futuro sea imposible. Lo que está claro, después de leer diversos extractos del libro seleccionados por periodistas y en redes sociales, es que el actual presidente presenta dos opciones: o es un actor absolutamente extraordinario dispuesto a mentir las 24 horas del día y a interpretar un papel camaleónico y amoral como pocas veces hemos visto en nuestra historia; o vive en una realidad paralela e imaginaria que lo aleja peligrosamente de los mínimos cabales necesarios para no provocar pánico en cualquier ciudadano sensato que quede bajo su gobierno. A lo peor es una mezcla de ambas cosas, pero a lo largo de su panfleto de autopromoción se desvelan pasajes que el único sentimiento posible al leerlo es la vergüenza ajena y el estupor moral, ético y estético.
En una primera aproximación, la victoria de líderes como Pedro Sánchez se explica en la conversión perversa de la política en una especie de religión laica, donde la razón ya no es la base del proceso de la actividad militante y que se contagia a la sociedad en una oleada de polarización emocional donde a nadie parece preocuparle la competencia de sus representantes para ejercer el poder y solo se premia los decibelios de tertuliano que logran transmitir al paladar ideológico de cada votante.
Los programas electorales, por ejemplo, no son una oferta de soluciones a los problemas sino un sinfín de propuestas, muchas sin sentido, que versan sobre todo tipo de cuestión vital y que, sin lugar a dudas, son absolutamente prescindibles la mayoría en el proceso de ordenación de la convivencia colectiva. Un buen programa electoral sería un decálogo claro y coherente que represente un proyecto reconocible para la sociedad y para el país, alejado en su esencia de eslóganes pegadizos y operaciones de marketing que deslegitiman la buena política y corrompen el verdadero fin electoral que no es otro que el reparto de responsabilidad y la apuesta por un futuro.
No deja de ser gravísimo, sin que nadie repare demasiado en ello, que un gobierno en funciones esté dispuesto a utilizar la diputación permanente para sacar adelante diversos decretos leyes para aprobar medidas electoralistas que conllevan su correspondiente gasto público. Es decir, se trata de violentar el espíritu constitucional para hacer algo que sin ser ilegal, porque no lo es, a ningún gobierno se le habría ocurrido porque hasta ahora se entendía que diversas prácticas eran irrealizables en según qué contextos por razones de decencia democrática.
Pues bien, esta nueva religión política llamada sanchismo ha demostrado que no conoce de esos frenos ni de esos escrúpulos a la hora de llegar al poder, ejercer el poder e intentar conservarlo. Por esto mismo la decisión de Ciudadanos de dejar claro que no pactará de ninguna manera con el PSOE de Pedro Sánchez ofrece el gesto de valentía y coherencia política más loable de la última década, por mucho que los blanqueadores del sanchismo convenientemente infiltrados en medios y redes sociales se hayan dado golpes de pecho denunciando esa medida de «exclusión y crispación» de Albert Rivera contra la 'socialdemocracia'.
El primer paso para recuperar la utilidad de la política es premiar, al menos, al partido y al candidato que esté más cercano a la realidad cotidiana que vivimos la mayoría de ciudadanos. La democracia no puede ser un instrumento al servicio de los delirios egocéntricos del primer mesías que pase por nuestro tiempo.
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