El peso de las mochilas
Un estudio de la Universidad Complutense, junto con la Fundación Cola Cao, establece que unos 220.000 alumnos sufren o están sufriendo acoso escolar
Pedro Sedano Romera
Jueves, 10 de octubre 2024, 23:04
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Pedro Sedano Romera
Jueves, 10 de octubre 2024, 23:04
El pasado 2 de septiembre arrancó el curso escolar y, de manera escalonada, se fueron incorporando a las aulas la ilusión por el reencuentro con los amigos y, al mismo tiempo, la tristeza por dejar atrás la playa, las vacaciones, el pueblo, los abuelos… Y ... tener que volver a los atragantados libros. En todo este escenario surge en mí la nostalgia y recuerdo con cariño 'el sitio de mi recreo' que escribió Antonio Vega, para llevarme a ese lugar donde nací.
Recuerdo la ilusión camino del colegio, que hacía que un día me olvidase de la cartera y otro de los donuts. Una cartilla, unos lápices y la enciclopedia Álvarez era el peso de esas carteras, a las que en ocasiones teníamos que añadir las medidas coercitivas del profesorado y, por supuesto, el acoso que algunos personajes ejercían sobre otros.
Hoy podemos ver a niños arrastrando enormes mochilas llenas de libros y de cuadernos, uno para cada asignatura, que en la mayoría de las veces ni se usan, que posiblemente terminen causando problemas de espalda a los portadores. Dentro de esas mochilas también hay valores, ilusiones, conocimientos y ganas de aprender y recibir una formación que contribuya a convertirles en personas con capacidades para cambiar el mundo, como diría nuestro referente de la educación, Paulo Freire.
Un peso añadido a las mochilas de nuestros hijos, «esos pequeños bajitos, que en ocasiones se nos parecen», es el acoso, el abuso o la intimidación ejercida por aprendices de dictadores y que hemos venido llamando bullying, un problema que llevamos sin resolver muchos años y es la asignatura pendiente que siempre suspendemos y no recuperamos ni en septiembre.
No somos conscientes del peso tan grande que supone para un niño, que lo único que quiere es aprender, encontrase con personajes que no terminan de aparecer siempre y en todas las épocas. Un problema sin solución, que ni las familias, ni la inspección educativa, ni la fiscalía de menores, ni los servicios sociales han sido capaces de resolver.
Un reciente estudio de la Unidad de Psicología Preventiva de la Universidad Complutense de Madrid, junto con la Fundación Cola Cao, establece que unos 220.000 alumnos sufren o están sufriendo acoso escolar, unas cifras que no disminuyen, al contrario, crecen cada año, lo que viene a decirme que algo no estamos haciendo bien en lo que respecta a los acosadores y, por supuesto, sus familias, responsables de la educación de sus hijos.
Es nuestra responsabilidad educar a nuestros hijos en valores y enseñarles a respetar a los demás. A no creerse que son más que nadie, a no participar ni directa ni indirectamente de comportamientos violentos hacia nadie, y mandarlos al colegio con los deberes familiares hechos. Luego estará el colegio, como segunda agencia de socialización, la encargada de velar por la enseñanza, favoreciendo espacios de convivencia y respeto en el aula y el patio de los recreos.
El maestro de escuela Haim Ginott decía que «los niños son como cemento fresco, cualquier cosa que caiga sobre ellos deja una huella». Pues eso, dejemos huellas y no cicatrices. A mí no me sirve que anotemos en el calendario el día 2 de mayo como día internacional contra el bullying para concienciar sobre los riesgos y consecuencias del acoso, si después no se toman medidas contra quienes añaden a las mochilas de los niños este sufrimiento.
Yo puedo entender, como trabajador social, como padre y como ciudadano, pero no justificar, el comportamiento de estos 'gallitos de pelea' que pueden venir de ambientes desarraigados, carentes de afectividad o repetir lo que ven en casa, pero quiero entender primero a la víctima. No es de recibo que en un estado de derecho estemos invirtiendo siempre las reglas del juego de la democracia y sea la víctima la que tenga que marcharse del colegio o abandonar los estudios. Yo, y seguro que muchos de ustedes que ahora me leen, tenemos propuestas que acabarían con este problema de inmediato.
No he hablado de otro de los pesos que añadimos a nuestros hijos a sus mochilas, que viene a ser nuestro empeño en ocuparles el tiempo que les queda, después del cole, en actividades extraescolares, en lugar de pasar la tarde con ellos o dejarles tiempo para jugar y divertirse. Aún no tengo claro si es pensando en el desarrollo de sus cualidades extracurriculares o en las interferencias de nuestro propio tiempo libre.
Por lo tanto, vamos a contribuir en hacer de nuestros hijos e hijas personas respetables, personas que no permitan las injusticias con sus compañeros y, como decía Nelson Mandela, hagamos de la educación el arma más poderosa con la que cambiar el mundo.
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