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De chavea empecé a escuchar un estribillo que luego no ha dejado de sonar en mis oídos. Granada se desmorona. Granada pierde importancia. Granada cada vez pinta menos. Granada se atasca mientras las capitales de su alrededor la adelantan por izquierda y derecha. Ya entonces ... me citaban como ejemplos de esa merma la desaparición de la Capitanía General o el progresivo vaciamiento del peso judicial de Granada.
La más reciente de nuestras pérdidas fue la de CajaGranada, una entidad con 125 años de historia y emblema de la provincia. Como no tengo espacio ni interés en identificar a los responsables de los dos primeros fracasos, me centraré en quien firmó el acta de la tercera defunción. Se llama Antonio Jara Andreu, fue alcalde de Granada durante doce años, fue diputado andaluz, fue diputado nacional, fue miembro del Consejo Consultivo, fue profesor de Filosofía del Derecho y a partir de 2010 ocupó la presidencia de CajaGranada... que ya es un mero recuerdo desleído en nuestra frágil memoria.
Desde entonces, un puñado de apariciones estelares en los medios informativos para distribuir culpas entre los demás y dejar a buen recaudo su responsabilidad en la muerte de uno de los motores de desarrollo económico, social y cultural de nuestra provincia y de la vecina Jaén. Jara llegó a la Caja en medio de una formidable crisis financiera que no provocó él, pero despreció primero la fusión con otras cajas andaluzas y prefirió mirar hacia Levante con una integración que acabó en fracaso y en la que desde el primer minuto se diluyó el peso de la entidad granadina hasta extremos groseros.
«CajaGranada está donde está, los clientes no han sufrido, no ha habido corralito, no ha habido intervención», dice ahora, pero del cierre de oficinas bajo su mando, del despido de cientos de sus empleados... de eso, ni mú, una locuacidad que siempre le abandonó también cuando tocaba abordar el asunto del sueldo de los directivos. «No sé lo que gano pero quedo comprometido a decírselo. Por dinero no he ido a ningún sitio» (IDEAL, 14/3/10). Fue nada más aterrizar en la Caja. Un año después, nadie sabía cuánto ganaba Antonio Jara. Un año y medio después, tampoco. ¿Saben cuándo se supo? Cuando no hubo más remedio. Como entidad reflotada con el dinero de todos se tuvieron que hacer públicas las retribuciones de sus directivos. El plazo expiraba el 31 de diciembre de 2011. ¿Saben cuándo se desvelaron los sueldos? El día 30. El profesor en excedencia de Filosofía del Derecho ganaba como banquero 278.000 euros al año. «Ni era mi ilusión, ni se trataba de un proyecto personalmente atractivo», dice ahora. Pero hazme caso, Antonio, las penas con pan son menos.
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