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Pepe Yepes, a quien Dios tenga ya en su gloria, no estaba loco. Tampoco era un viejo chiflado, ni un friki, ni un majareta. Nada de eso. Pero esa errada impresión la vi pasar por los ojos novicios de algunos compañeros hace unos años en ... la sala de prensa de Los Cármenes. Retirado del tajo periodístico desde tiempo atrás, a Pepe le podía el instinto y no dudaba en colarse después de los partidos en la sala de los micros, donde siempre acababa formulando una pregunta incómoda al Fabri de turno. Más de un plumilla recién aterrizado en el negocio apresuraba el juicio y, para sus adentros, pensaba «ya está el carroza este dando la vara». El bisoño pecaba por desconocimiento y tampoco merece ser fusilado, pero quizás no sea tarde para sacarlo de la ignorancia.
Pepe Yepes fue una figura destacada del periodismo deportivo granadino durante décadas. Trabajó en la radio, en periódicos y en televisiones. Se codeó con los grandes y con los pequeños. Formó parte del equipo de José María García en un tiempo en el que ser 'periodista de Supergarcía' proporcionaba el mismo glamour que ser chica Almodóvar y más galones que los de un ministro de Felipe. Fue el hombre del Butano (no es un chascarrillo) en Granada, en Sevilla y en Murcia, en unos años en los que conoció a fondo las grandezas y las miserias de un fútbol en el que, además de los bigotones a lo Del Bosque, también se estilaban los maletines y hasta las pistolas si se terciaba.
Un día se marchó del lado del Butano y regresó a Granada, donde trabajó en IDEAL, dirigió emisoras de radio y acabó presentando programas insólitos en aquellas televisiones locales carpetovetónicas de principios de los noventa que en un mismo sofá te sentaban a un cura con un banderillero y una aspirante a bailaora. Y de todos ellos se ocupaba Pepe Yepes, siempre con ese verbo apasionado, entre barroco y agresivo, que había aprendido de García. Por entonces, su registro se había ensanchado mucho más allá del clásico gacetillero deportivo y podía con cualquier género, aunque la pasión por la noticia y el olfato por la exclusiva jamás le abandonaron, como tampoco su don de gentes y su carisma.
Con una mala salud de hierro de esas que le enseñan a uno a surfear de ambulatorio en ambulatorio como un explorador, Pepe vivió sus últimos años muy alejado de los medios de comunicación. En todos dejó amistades a puñados y un sello inconfundible, un estilo personal reconocible en cualquier cosa que hiciera. Fue un superviviente, capaz de reinventarse, de caer y levantarse una y otra vez sin mudar su personalidad ni perder esa mirada honda que traspasaba a su interlocutor. Era distinto, un verso suelto entre la estirpe de veteranos que me encontré al llegar a la profesión y de la que, sin mucha prisa por llegar, empiezo a formar parte. Fue nada más y nada menos que Pepe Yepes. Que no es poca cosa.
Brindo por ti, maestro.
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