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Aunque el ministerio de Exteriores en nuestro país casi siempre ha sido considerado como una cartera menor, pocas cosas son más importantes para un gobierno ... y una nación que la política exterior. No hay más que ver la manera que ha tenido el sanchismo podemita de enfocar esta teoría desde que llegó al poder: primero puso ahí a Borrell, como una especie de florero, mientras la acción más destacada de España hacia Europa fue el espectáculo circense de acogida irresponsable y posterior subasta bochornosa entre autonomías de los inmigrantes del Open Arms; luego, cuando ya lograron colocar a esta joven promesa de nuevo en el Europarlamento, la acción exterior española se ha movido entre el trapicheo diplomático y de negocios de Zapatero en Latinoamérica, y la exhibición obscena de Pedro Tramp al mundo aprovechando la cumbre de la OTAN en Madrid. Pero la realidad es que desde Aznar nuestro país no ha pintado absolutamente nada en la escena internacional por la sencilla razón de que no ha existido una política clara y autónoma de política exterior.
Por supuesto que tenemos a aquellos ignorantes- ilusos en el mejor de los casos- que defienden unas relaciones internacionales marcadas y dirigidas por organismos corruptos o corruptores como la ONU, o representadas por una nueva soberanía supranacional como la Unión Europea. La realidad de la historia, como siempre, he venido a demostrarnos en la primera crisis mundial seria que nos afecta desde la caída del Muro de Berlín, que en materia de seguridad y de intereses puramente nacionales, los países se enfrentan a la clásica práctica de defensa unilateral de sus intereses, sin descartar las alianzas obligadas de cada momento. En Europa la primera reacción ante el jaque de Rusia al status quo fue encomendarse a la OTAN como escudo defensivo infalible; pero viendo que Putin no ha quebrado ni perdido la guerra en dos o tres meses como nos aseguraban los brillantes cerebros de las élites europeas, todos y cada uno de los países del continente tienen un grave problema encima de la mesa que, siendo compartido, a la vez afecta de manera particular a cada nación. Aquí no tenemos ningún plan real de cara a este momento porque desconocemos quién es si quiera nuestro ministro de Exteriores.
La cuestión, en el fondo, es que en el horizonte se presenta una nueva configuración mundial donde la violencia o la amenaza del uso de la violencia no es algo impensable o superado como se creía hasta hace poco. Si las potencias occidentales no están dispuestas al uso de la fuerza militar para defenderse o responder a las provocaciones expansivas de Rusia o de China en un mañana hipotético, el mundo entero está a expensas del capricho imperialista del tirano que ocupe el poder en Moscú o en Pekín. Y si una de las máximas de las relaciones internacionales es la soberanía de cada Estado, es evidente que nadie va a plantearse invadir ninguna capital de estos países para erradicar la amenaza.
¿Quién puede asegurar la paz y el orden mundial en este siglo? Ciertamente es algo que nadie puede asegurar. Ni siquiera existen mecanismos internacionales, como fue en su momento Naciones Unidas, que tengan autoridad alguna para vigilar la escena internacional; o como fue EEUU, en su papel de superpotencia gracias a su capacidad militar y económica. Cuestión distinta es la amenaza de una guerra nuclear, donde el resultado no sería otro que la aniquilación mutua. Pero hasta ese final radical de confrontación nuclear, existen muchas paradas y escenarios que amenazarían al equilibrio del mundo y a nuestra supervivencia misma como civilización. Aún nos queda Kissinger que con 99 años sigue publicando libros. En Europa, por desgracia, estamos en manos de Von der Leyen, Le Cretine Macroné y el filósofo Borrell.
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