Las ceremonias del cortejo en el mundo animal son de una suciedad sorprendente. Los seguidores de los documentales de La 2, aunque últimamente nos hayamos pasado en masa a 'Forjado a fuego', podemos dar fe de ello. Los bonobos, por ejemplo, follan sin parar y ... sin excesivos trámites, aunque la ausencia de preliminares y la escasa duración de sus coitos los invalida como modelo a seguir por la especie humana, ahora que Pam nos pide abrirnos a otros tipos de relación sexual.

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Tampoco veo mucho provecho en la estrategia de los puercoespines, cuyas costumbres, aplicadas a nuestra vida social, resultarían decididamente perturbadoras. El puercoespín macho se yergue y lanza un chorretón de pis a la puercoespín hembra, que al recibir la ducha de orines decide si enfadarse con el macho y pegarle un mordisco, que es lo que yo haría, o trajinárselo a las bravas.

A los documentalistas habría que pedirles que se animaran a incluir entre estas pintorescas ceremonias de cortejo la de los políticos españoles, que cuando entran en celo despliegan sus plumas y lo mismo regalan chupetes con el oso y el madroño que invitan a los viejos al cine o les pagan los billetes de tren a los veinteañeros.

Si buscamos una referencia cercana en el mundo animal, a mí me recuerdan un poco a los hipopótamos, esos paquidermos que parecen bonachones y pánfilos, pero que en realidad tienen muy malas pulgas. El hipopótamo, cuando se pone seductor, se levanta sobre una pila de estiércol y empieza a arrojarlo en todas las direcciones hasta que golpea a su dama, que lógicamente cae rendida a sus pies. En ese punto exacto de la campaña estamos nosotros ahora, viendo llover boñigas.

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