Las imágenes de esa playa dieron la vuelta al mundo AGENCIAS

La playa de la vergüenza

Es que al rey de Marruecos le da igual la vida humana, la imagen pública de su país, y el dolor y el hambre de su pueblo

Miércoles, 18 de agosto 2021, 22:48

C omo suelo repetir a mis lectores, procuro no escribir en caliente. Me conozco. Lo escrito, escrito queda. Por eso lo hago pasado un tiempo. Hoy llega la hora de abordar el sentimiento que provocó en mi alma un espectáculo infame, vergonzoso, criminal y vomitivo, ... montado por el gobierno de Marruecos el pasado mayo en la playa de Ceuta para hacer una vez más chantaje a España y a la Unión Europea. Para recordarnos que no somos soberanos, demócratas ni libres mientras ellos tengan a buen recaudo la llave del hambre de África. Les da igual que periódicamente Bruselas mande allí ríos de euros a cambio de cerrar esa puerta suya que da a la ilegalidad migratoria. Les da igual que España, regularmente, llene sus bolsillos de un dinero que no nos sobra. Porque aquí también hay que gestionar la pobreza. Les da igual que en España residan legalmente casi un millón de marroquíes que a allí estorban, a los que tratamos como hermanos, y que mandan parte de sus sueldos para entender familiares indigentes en Marruecos. Les da igual que haya o no pandemia. Les da igual que se ahoguen sus súbditos. Les da igual que las televisores del mundo vean este infanticidio en directo, porque gran parte de lo que llegó en mayo a la playa de la vergüenza eran sus niños. Es que al rey de Marruecos, cuyo padre se proclamaba hermano de Juan Carlos I hace cuatro siestas, le da igual la vida humana, la imagen pública de su país, y el dolor y el hambre de su pueblo. Ellos van a lo suyo. A seguir atesorando una fortuna personal que dicen es de las mayores del mundo, y a chantajearnos con una llave cada vez que España, o la UE, hacen algo que no les gusta. Se saben intocables porque han labrado una trama de sucias complicidades poderosas, pactando con Francia, que todavía no se libra del viejo contencioso colonial con España, y con EE UU, que se cree el guardián del mundo pero solo barre para casa. Para colmo su religión tolera cualquier ataque al infiel, y acepta la Guerra Santa. De hecho lo que pasó en Ceuta no deja de ser eso, un acto para machacar infieles y provocar guerras. Sí, fue una guerra orquestada por cobardes. Es que si envías a soldados con fusiles a luchar te cuesta dinero, y a lo mejor te derrotan; pero si mandas niños armados de desesperación, miedo y hambre, de los que te estorban a millares porque el vientre de tus mujeres es muy fructífero gracias a leyes como la poligamia y al machismo imperante, el adversario español, que sí tiene alma, se desarma y en lugar de defenderse abraza y socorre. Esa es la diferencia que nos debe enorgullecer. Que aquí, con nuestras sombras, no hemos olvidado abrazar. Que nosotros no dejamos que un bebé tirado al mar en Marruecos se ahogue en España, porque un Guardia Civil, ese cuerpo que la izquierda radical española y los independentistas tanto detestan, lo rescata de la muerte para devolverlo a unos padres desesperados. Y luego, cuando algunos de esos soldados sin armas que nos mandó Marruecos a Ceuta, despierta del engaño y decide ahorcarse a los 27 años en la playa de la vergüenza, porque prefiere la muerte a volver a una patria de dictadores que carece de humanidad, llega un ciudadano español anónimo a darle otra oportunidad.

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Cuánta indignación. Cuánta vergüenza recordar aquello. Tanta que servidora, que está en contra de la inmigración ilegal por principio, y a favor de abrir puertas a la que llegue ordenadamente, sintió tal rabia y dolor esos días de mayo viendo niños expulsados de su tierra con engaño, usados como escudo humano por quien dice ser el padre de todos ellos, que a veces quisiera ser poderosa para impartir justicia en un mundo sucio e injusto. Sentí tanta vergüenza por la indiferencia cómplice de otros países y por la fría respuesta de Bruselas, que hubiera deseado creer en los milagros, que no existen, para repetir la escena bíblica de Moisés cruzando el mar en su huida de Egipto. Para alejar de los dirigentes de Marruecos el agua de ese hermoso Mediterráneo, que no merecen, y extender ante ellos un inmenso desierto; un mar muerto que los aísle y les robe la llave del chantaje permanente. Y para construir, en ese lugar una nueva playa española que nos redima, como memoria viva de lo sucedido. Para fundar allí una nueva ciudad en la que quepan y puedan vivir dignamente todos los inmigrantes que esos días entraron buscando lo que aquí no había, trabajo y esperanza. Pero eso solo Dios puede hacerlo. Y me refiero a Dios de los cristianos de hoy, esos que en Cáritas abrazan y acogen, porque Alá, el Clemente y todopoderoso Dios de los parias del Islam, parece que se ha olvidado de ellos hace ya tiempo. Parece que está más pendiente de que practiquen la Guerra Santa que de que cumplan uno de los preceptos del Corán, la caridad. Dios les perdone, si puede.

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