Edición

Borrar

Políticos y estadistas

La Carrera ·

Se trata de ser sencillo, discreto, de labrar en la honestidad, de tener una inalterable vocación de servicio y respeto por el otro

Martes, 28 de mayo 2019, 23:11

El reciente fallecimiento de Alfredo Pérez Rubalcaba y las elecciones del pasado domingo, junto a la actualidad política viene a interpelarnos sobre la necesidad de contar en nuestra vida pública, y más en nuestra política, con más personas con sentido de Estado, lo que se ... viene a llamar comúnmente hombres de Estado. Decía Aristóteles que: «Si el primer deber de un hombre de Estado es conocer la constitución y de aplicarla, también es necesario decir que con frecuencia los escritores políticos, dando pruebas de un gran talento, se han equivocado al interpretar las cuestiones capitales; no es suficiente con imaginar un gobierno perfecto e ideal, pues lo que se necesita sobre todo es un gobierno practicable, que impulse medidas de sencilla y segura implementación». El término hombre de Estado puede parecernos manido, grandilocuente y distante de nuestro cercano contexto social y político. Pero nada más lejos de la realidad. Hablamos de un concepto aplicable a cualquiera que tenga una responsabilidad. Por hombre de Estado, al margen de otros significados, nos referimos a la persona que en caso de acceder a un cargo de responsabilidad tiene capacidad de diálogo, de consenso, con amplios conocimientos humanistas, que se encuentra por encima de las divisiones partidistas, del sectarismo, de la ofuscación. Hablamos de personas con sentido común, que buscan el bien general; de carácter ponderado, con claridad de ideas, que priorizan. Personas con claros objetivos, y que saben comunicarlos con eficacia. Ortega y Gasset decía que el estadista es un ser incomprendido, porque se ocupa de cuestiones a largo plazo y toma decisiones impopulares a corto plazo, en tanto que la mayoría de los políticos se preocupan de los resultados inmediatos. De manera parecida se expresaba Churchill, rememorando a su antecesor Benjamín Disraeli, primer ministro de Gran Bretaña en 1867, «el estadista piensa más en las próximas generaciones que en las próximas elecciones», frase que también he visto asignada a James Freeman Clark y a Bismarck. El buen dirigente debe de tener visión de futuro y desprendimiento de las ambiciones personales, teniendo la grandeza de concertar acuerdos, aunque estos fueran propuestos por otros. Un buen político es aquel que gobierna que es coherente con sus ideas y piensa en el bien común, por encima de la ideología, o de la filiación política. Recordando de nuevo a Ortega, el hombre de Estado debe tener 'virtudes magnánimas' y carecer de las que él llama 'pusilánimes'. El buen estadista es ante todo un hombre que es honrado, es humilde, perseverante e innovador. Pero para atender la res publica poco va a servir si no tiene preparación. Hoy en política se valora más la mediocridad, la falta de escrúpulos, el lenguaje viperino, que los méritos. Igualmente, el buen gobernante busca sintonías, sabe medir los tiempos, que tan mala es la precipitación como la tardanza; sabe escuchar, procura no perder el sentido de la realidad, sabe estar a ras de suelo. Procura rodearse de un buen equipo, como bien decía John F. Kennedy: «Un hombre inteligente es aquél que sabe ser tan inteligente como para contratar gente más inteligente que él». El hombre de Estado se aplica en los valores que conforman la democracia. Precisamente en los últimos años hemos perdido mucho pulso en cuanto a exigencia democrática. Y es que esencialmente el buen gobernante debe velar por el interés general, y eso se fundamenta en recuperar los grandes valores que definen la política y la democracia.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

ideal Políticos y estadistas