No es que haya apostatado de Europa, es que me he vuelto euroescéptico, un descreído del europeísmo en el que siempre milité. Y no le falta razón a tía Gertrudis cuando me lo reprocha, pues aquellos arrebatos míos sobre cooperación, unidad política, económica y cultural ... entre países europeos se han aplacado con los años y, sobre todo, con el devenir de acontecimientos.

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Sí, confesé a la tita, la realidad ha desactivado mi identificación con el proyecto de integración. Aunque quiero creer que sigue siendo una opción –quizá- a largo plazo; no a medio ni corto, como yo ingenuamente imaginaba.

Ante mi deriva euroescéptica, tía Gertrudis me recuerda mientras mueve cucharilla dentro de su taza de té, que la idea de caminar hacia una idea europea es antigua; se remonta al medievo, se apunta en el Renacimiento y se potencia en la Ilustración, aunque la juntura de movimientos europeístas no llega hasta el XIX.

Le doy la razón, pero apostillo que cuando de verdad se vio color al asunto fue con la creación de las Comunidades Europeas (Tratado de Roma, 1957). Desde entonces se han sumado al proyecto cada vez más Estados (de 6 iniciales a 27 actuales), y se ha avanzado gradual y sectorialmente, pero –ojo- sin un plan final definido.

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Aprovecho que la tita se lleva la taza a los labios y añado que, en estos 64 años de trayecto, desde aquel mercado común que fue embrión de la UE, hemos sufrido reveses como el Brexit, al que se han sumado los empellones de las crisis financieras y la emergencia de populismos de derechas e izquierdas de dudosa vocación europea.

Entonces –me increpa la tita-, ¿qué es hoy para ti la UE? Le respondo que es más que una liga de países que comparten zona del planeta, pero menos que un Estado federal (los ansiados Estados Unidos de Europa de mis plegarias de antaño). Hoy afloran catetos separatismos y nacionalismos miopes que creíamos enterrados. Surgen así fenómenos que provocan reacciones antieuropeas que, además, redundan en crecientes recelos y cautelas sobre la integración.

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El popurrí del que hablo contiene trazas intergubernamentales y supranacionales, federales y confederales que hacen de la UE un 'Objeto Político No Identificado' (OPNI), que ni es un Estado, ni tiene un Pueblo al que representar, pero que, pese a su déficit democrático, dispone de múltiples competencias imperativas sobre sus miembros.

A la postre –terminé diciendo a tía Gertrudis-, la UE es ahora en un club de naciones que a duras penas encuentran en esa fórmula tan paradójica un modo de encarar la globalización. En palabras del prof. Rodríguez-Aguilera: la UE es suprema en sus ámbitos (delegados por los Estados y, por ende, reversibles), pero no es soberana. Así, los Estados podrían disolver la UE, pero ella no puede disolverlos. Es decir, los Estados miembros no quieren un 'súperEstado' europeo que esté por encima de ellos, y de ahí que la UE sea débil a propósito. Y seguiremos de culo mientras eso siga así. (Continuará)

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