Las dos últimas semanas he alternado el disfrute de dos producciones audiovisuales cuyos argumentos giran alrededor de la historia de la banda terrorista ETA, una de naturaleza documental y otra en formato de serie televisiva. La primera, titulada 'El desafío: ETA' (Amazon Prime Video), y ... la segunda, titulada 'Patria' (HBO España). Ambas, extraordinarias por distintos motivos; ambas, por supuesto, muy aconsejables para toda la población de este país –especialmente para la que ocupa el flanco derecho de nuestro Congreso de los Diputados-; y ambas, en mi opinión, sostenidas por una misma clave de bóveda, por una idea que subrayan y señalan en negrita: ETA es, sin lugar a dudas, parte de nuestro pasado.
También inciden en la idea de la muerte como leitmotiv de esta organización desde su creación hasta que la democracia la sepultó bajo toneladas de legalidad, libertad y, sobre todo, razón. Pero no siempre fue así. Hubo un periodo muy oscuro –salvando, claro está, el más tenebroso de la dictadura- que tristemente coincidió con un gobierno socialista. Supuestamente progresista, supuestamente internacionalista, supuestamente pacifista y, por lo tanto, supuestamente opuesto por naturaleza a la pena de muerte y al terrorismo de Estado. Desde las más altas instancias del poder político hasta sus cloacas -que, aun hoy, no terminamos de sepultar bajo una densa capa de hormigón-, un buen número de quienes las habitaban eligieron el lado oscuro. Por lo tanto, demostraron que, además de delincuentes de la peor calaña, eran unos incompetentes para el cargo que ocupaban. Y algo mucho peor, unos traidores a su país, a su partido político y a los valores que este ha defendido desde su creación. No hay excusas que valgan, ni para los que fueron condenados judicialmente por sus actos ni para los que salieron impunes de este basurero moral que fueron los GAL.
Afortunadamente para el PSOE, fue con otro gobierno socialista con el que ETA puso su punto y final. No podría haber sido con protagonistas políticos más apropiados que con José Luis Rodríguez Zapatero y Alfredo Pérez Rubalcaba. La valoración de sus figuras, al contrario que la de otros presidentes y ministros del Interior que todos ustedes tienen ahora en mente, crece con el paso del tiempo porque, por encima de los errores que pudieron cometer, siempre les guió un mismo afán: dejar tras ellos un país mejor. Enriqueciendo valores como la igualdad, la justicia y, sobre todo, la paz. Sus caracteres abiertos, sus dominantes sonrisas, sus discursos vitalistas y su amor por una democracia progresista sin perder el contacto con la tierra, dieron a España el impulso necesario para acabar con muchos de sus tabúes. Entre ellos el del terrorismo etarra.
El final de 'Patria', que no les desvelaré para que esta pieza sirva de spoiler, es un canto a esos aires de reconciliación social que soplaban hace una década, a pesar del golpe que supuso la crisis económica. Una calidez que se extendió por Euskadi y por el resto del país entre las gentes de bien, entre quienes rechazan la violencia por encima de todas las cosas. Y el final de 'El desafío: ETA', que todos conocemos porque esta obra no es más que una nítida foto de la realidad que vivimos, representa el alivio y la paz interior de quienes sufrieron los golpes del terrorismo: las víctimas calificadas como 'daños colaterales', la Guardia Civil y el resto de fuerzas de seguridad, los partidos políticos, los jueces… En todos queda un rostro relajado, sereno, en el que apenas hay señal de revancha.
Son gentes cuyo testimonio es muy valioso para no olvidar lo que pasó; que nos sirva como herramienta para afrontar problemas presentes como el de Cataluña, que aunque no es violento per se, sí que se nutre de grandes dosis de irracionalidad. Tanta como la que a diario sufrimos en nuestras Cortes Generales, donde a diario se hace hoy presente el terrorismo pretérito. Un fenómeno cuyo fundamento describió a la perfección alguien tan poco sospechoso de social-comunista-bolivariano-comunista-independentista –desde 'supercalifragilisticoespialidoso' no se había visto palabra semejante- como José Manuel García Margallo, exministro de Asuntos Exteriores: «desde que no nos matan no tenemos proyecto», le confesó una dirigente 'popular' de Euskadi. Si lo piensan, todo muy lógico en esta sociedad de redes sociales de la información, de política de tuit y de ascensores para incompetentes.
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