Las prioridades prioritarias
Opinión | Puerta Real ·
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Opinión | Puerta Real ·
Del éxito del énfasis se deriva el entusiasmo que genera la prioridad, palabra que va dando en palabro. Todo es prioritario en el lenguaje políticoAnuestra vida pública la caracteriza una retórica exuberante, con tendencia a la desmesura. Si no se hace énfasis, no hay tutía. El énfasis nos define. Frases de los últimos meses, en los prolegómenos de la pelea: «Sánchez ha puesto especial énfasis en la lucha contra ... el cambio climático», «de ahí el énfasis de Casado en subrayar la necesidad de un rearme ideológico», «el partido de Rivera potenciará su perfil centrista poniendo énfasis en las políticas de derechos civiles que les diferencian de la derecha», «pero al conocerse la nueva estrategia, Iglesias enfatizóque, con todo respeto, Íñigo no es Manuela ».
Del éxito del énfasis se deriva el entusiasmo que genera la prioridad, palabra que va dando en palabro. Todo es prioritario en el lenguaje político. Acabar ya con las desigualdades, facilitar los viajes de la tercera edad, dialogar, restaurar el mercado que se está cayendo a pedazos, impulsar el parque tecnológico, terminar la rotonda que arreglará el tráfico.
Todo es prioritario. Así debe decir el político. «Nuestra principal prioridad es crear empleo», «nuestras primeras prioridades son el empleo, la transparencia, la recuperación económica y proteger a los inquilinos». Las prioridades son intercambiables.
Como todo es prioridad no hay prioridades, ni hay escala, ni objetivos medidos. Pero no por ello debe relajarse el discurso. La retórica se autonomiza de la realidad y adquiere vida propia.
La palabra sirve para informar pero tiene otras utilidades. Entre nosotros las funciones del lenguaje son diversas. Muestra estados anímicos, decisión, rabia... También comunica desprecios. Nuestra vida pública tiene tendencia al exceso retórico, entendiendo por tal el exabrupto, la descalificación, el insulto.
Llámale gordo, feo, corrupto o fascista y échate a dormir. Seguro que el concernido se asusta, pues lleva su vida política en plan de quedar bien. La ilusión patria –la primera prioridad principal, como si dijéramos– es largar una fresca que moleste. Se entiende como logro político.
«Le grité a la cara Viva la Memoria Histórica», «a ver si ahora va a querer convencernos de que cree en la igualdad, tras siglos de oprimir a las mujeres y no sólo a las mujeres», «le he dicho franquista, al neoliberal, ya va siendo hora de cantarles las cuarenta a unos cuantos». En la facundia nacional expresiones de este tipo constituyen pilares sobre los que se construyen los imaginarios.
De otro lado está la desmesura del político, que no se caracteriza por algún principio de racionalidad sino por la hipérbole. Tiene la vertiente de la alabanza propia o autobombo, hasta extremos que dan en ridículo excepto para sus militantes, que extrañamente se extasían, mostrando credulidades de no creer. Por ejemplo, PP o PSOE, sean dichos por ejemplos no exhaustivos, han solido aprovechar los momentos en los que recrudecen las sospechas de corrupción para presentarse como paladines contra la corrupción. Recuérdese, literalmente: «El PP está tan escandalizado como los ciudadanos con alguno de estos casos; trabajamos sin descanso para combatirlos; somos la barrera contra la corrupción», «fueron presidentes andaluces, no tienen nada que ocultar ni nada que temer, somos el partido de la honestidad, el partido que combate la corrupción».
Es como si la realidad fuese por un lado, las palabras por otro y las fallas las resolviera la retórica.
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