Promesas electorales
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Poco a poco y últimamente a velocidad de vértigo estamos dejando de valorar los valores morales, la razón, la reflexión crítica, el humanismoAvanzamos, dicen. Repaso algunos de los programas de los partidos políticos de cara a las municipales (lo hice también ante las autonómicas y generales), deteniéndome concretamente en algo que me interesa especialmente, que es la educación y la cultura, y entre tanto brindis al sol ... y tanta insustancialidad, me quedo aturdido. Porque si ya en principio una formación política presenta unas propuestas achicadas, insulsas, sin aspiraciones de ahondar en un sentido profundo de mejora y cambio de nuestra realidad, apañados vamos. Luego está lo otro, las falsas promesas. Ya lo dijo Tierno Galván: «Las promesas electorales están para no cumplirse». El viejo profesor, como se le conoce, aunque falleciera a los 68 años, tenía un agudo sentido del humor, y no se alineaba en ninguna maquinaria política. Al decir lo que dijo, criticó a la oposición, pero también a los suyos. Conocía bien cómo se elaboraban los programas políticos y cómo se diseñaban las promesas electorales, que se comunicaban, como mantras, a través del argumentario de los candidatos y de la propaganda electoral. Querido en muchos ámbitos y denostado por algunos de sus coetáneos políticos precisamente porque en muchas ocasiones, por su asiento intelectual, los dejaba fuera de juego. Y aunque los tiempos son otros muy diferentes, sí debería ser un referente de político muy diferente a la caterva de los actuales donde brilla la simpleza, la tosquedad, y grandes dosis de zafiedad. Y hablo de Tierno Galván porque su figura trascendió y es un perfil reconocible. También ahora podría hablar de algunos contados políticos, de uno y otro color, que por su ponderación, humanismo, saber estar, sentido común y autenticidad, podríamos poner de modelo a seguir en esta feria de las vanidades, o tragicomedia de medio pelo, en que hemos convertido la política de hoy en día. Tierno debiera ser el modelo de alcalde al que muchos aspiraran hoy a ser, el que recuperó para los madrileños el orgullo de una ciudad envidiada por su despegue cultural y por la libertad de pensamiento que predominaba en todos sus ámbitos. Pero poco a poco y últimamente a velocidad de vértigo estamos dejando de valorar los valores morales, la razón, la reflexión crítica, el humanismo y la ilustración en la consideración de las personas y los políticos. Estamos en la era de fake news, de la posverdad, o de las mentiras emotivas, que distorsionan por completo la comprensión de la realidad; tiempos de chirrido generalizado y frentismos a veces demasiado fanáticos. En el mensaje más que a la razón, se toca a los sentimientos más primarios, el populismo reverbera con fuerza y los políticos extremos pescan en las aguas que revuelven. Aquel espíritu de la Transición, el del diálogo y los acuerdos amplios, de donde brotaron políticos como Tierno Galván, hoy es algo denigrado. Al mismo tiempo, no nos hemos ocupado de hacer pedagogía con nuestra historia, con nuestra memoria, y así distorsionarlas es muy fácil. Pero igual que el pueblo se adocena en tantísimas ocasiones y se vuelve pusilánime, hay circunstancias, que de pronto se dibujan como una raya en el cielo, y la ciudadanía pone sus cartas sobre la mesa, y decide con esa contundencia que da el ser una suma de individuos, no un morfema sin palabras. Y eso es lo grande de la democracia, como ocurre en el fútbol, que cuando crees que el partido va a discurrir de acuerdo a lo previsible, hay un lugar para la razón mágica, o para la épica de una lírica que se salta las pautas impuestas (en el caso del fútbol por el dinero, las figuras,...). En ese entonces estoy, en el que el cumplimiento de los programas electorales sea lo primero que los ciudadanos van a cuestionar, al margen de sus propios contenidos. Porque aquel alcalde de la transición y de la 'movida' ya lo dijo, y con otras palabras lo subrayó Nikita Kruchev: «Los políticos son iguales en todas partes. Prometen construir un puente incluso donde no hay río».
Sería imprescindible obligar a los partidos, y a sus candidatos, a cumplir con sus promesas electorales, y en caso de no hacerlo, que hubiera algún tipo de consecuencias. Se trata de hacer más fiable y creíble nuestra democracia. Se trata de hacer más eficaz y transparente el mandato representativo en cuestión. Se trata de que opere el principio de responsabilidad. Y especialmente, que de verdad haya un respeto al votante, al ciudadano. Desde los albores de la humanidad el cumplimiento de las promesas hechas libre y voluntariamente siempre ha sido un deber moral sagrado.
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