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Cuando se estudia la obra de Antonio Machado causa extrañeza ver la cantidad de comentarios que ha producido su poesía y lo olvidada –relativamente olvidada– que ha quedado su prosa. Sin embargo, Antonio Machado, al igual que los otros dos grandes poetas del siglo XX, ... Juan Ramón y Lorca, fue un gran prosista y su obra en prosa tiene méritos más que suficientes para ser recordada.
Lo mismo que Cervantes tuvo necesidad de crear un loco para poner en boca de este extraño personaje sus pensamientos, Machado crea a un estrafalario profesor, Juan de Mairena –tan estrafalario que, cuando tiene frío, se pone el abrigo del revés, pensando que así le abriga más–, para poner en sus palabras y escritos cuanto a él le bullía en la cabeza. Por si fuera poco aún creó otro personaje auxiliar: Abel Martín, el maestro de Juan de Mairena. Con estos dos personajes apócrifos en el bolsillo y a través de ellos, Machado nos habla de todo: literatura, filosofía, política, historia, sucesos, etc.
Lo primero que llama la atención en la prosa de Machado es que desde el comienzo nos hace pensar y, también desde el comienzo, huye de toda grandilocuencia y lenguaje rimbombante. He aquí un ejemplo: «Señor Pérez, salga usted a la pizarra y escriba: 'Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa'.
El alumno escribe lo que se le dicta.
–Vaya usted poniendo eso en lenguaje poético.
El alumno, después de meditar, escribe: 'Lo que pasa en la calle'.
Mairena: No está mal».
¡Qué magnífica lección a los poetas grandilocuentes y hueros que, entonces como ahora, tanto pululaban por todas partes! Pero, en seguida que avanzamos en la lectura de este libro, descubrimos otra gran virtud: su autor es un hombre de una extraordinaria cultura. Esta enorme cultura se hace sobre todo evidente cuando aborda temas filosóficos. Uno de esos temas es la nada. Él la introduce con estos bellísimos versos:
«Dijo Dios: 'Brote la nada'.
Y alzó la mano derecha
hasta ocultar su mirada.
Y quedó la Nada hecha.»
Son muchas páginas las que Machado dedica al tema, tantas que aquí no podemos resumirlas. La que más nos interesa, la de si un día nosotros formaremos parte de esa nada, que ya había respondido otro escritor, Octave Mirbeau («morir es volver a nuestro estado primitivo: la Nada»), Machado la transforma en una bella metáfora: «Ser borrado de la luz».
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