La próstata de Putin

A Putin últimamente me lo imagino pasando en bucle exámenes de próstata. Quizá sea porque aseguran que tiene cáncer o porque le noto la cara deformada, el caso es que nunca pienso en él sentado en un despacho dando gélidas órdenes a generales acojonados, sino en difíciles trances médicos, a lo Nanni Moretti en 'Caro diario'. Lo veo, por ejemplo, tumbado en el quirófano del cirujano plástico, dejándose clavar agujas hipodérmicas rebosantes de bótox, aterrado por mostrarse ante su joven amante arrugadito como un sharpei. Decía, sin embargo, que con mayor frecuencia me lo imagino en la consulta del urólogo: ahí tenéis al emperador Vladímir, neozar de todas las Rusias, agachado y con el culo en pompa mientras un médico seguramente tembloroso le palpa la próstata por detrás. Tiene que ser un mal trago para Putin, cazador siberiano de machete y taparrabos, asumir la humillación de saberse humano, viejo, débil y mortal.

No descartemos que la biología acabe echándonos una mano. En su biografía sobre Oliveira Salazar, Marco Ferreri nos recuerda que un buen día el dictador portugués se pegó un trompazo en la consulta del callista y ahí se le acabó el chollo.