En mi buzón había un sobre barrocamente ribeteado. Papel del bueno. Blanco roto. Dentro una cartulina, ¡de imprenta!, con un recordatorio apergaminado: «Querido amigo. Me place comunicarte que he sido vacunado con la primera dosis de Pfizer. Deseo hacerte partícipe de este momento de ... inmenso gozo. No he tenido secuelas más allá de alguna molestia en el lugar del pinchazo. En conmemoración de tan señalado día te envío este recordatorio de primera vacunación». No ponía «comunión». No, en letra capital «vacunación». El tarjetón incluía un autorretrato -dicen que la Real Academia ha admitido 'selfie', ¡o tempora, o mores!- en el que el susodicho posaba sonriente con un ojo de héroe aguerrido soslayando la jeringa. Al pie de la cartulina, discreto pero evidente, un número de cuenta -VI 2707 3399 3399 2707 2707- en el que se podían hacer aportaciones para celebrar el feliz suceso. Por muchas vueltas que le di al correo, no se incluía el menú, aunque se solicitaba confirmación.
Sorprendido, comenté el recibo de la misiva con los allegados. «Yo tengo ocupados los sábados y domingos de los tres próximos fines de semana. A cincuenta pavos cada fiesta. Me hubiera salido más barato pagarles la vacuna. Además, en las que he ido hasta ahora me han dado una mascarilla serigrafiada con el careto del vacunado y una botellita de aceite de 100 mililitros. ¡Hay que ser tacaño y ruin!». Callé. Ignoro quién incurre en mayor estupidez, si el paganini o el peticionario.
Cuando a un servidor me hubieron citado a la vacunación, acudí sin dar tres cuartos al pregonero. No esperaba el dictamen definitivo sobre si el tumor en el brazo era maligno o no. Se trataba exclusivamente de un pinchazo. Igualito que un análisis de sangre, ocasión con la cual no se petan las redes sociales con el mensaje «Hola. Me he hecho un análisis de sangre. Pasado mañana me dan los resultados. Estoy muy contento. Me alegra que lo sepáis». Y toma «me gusta» y corazoncitos y comentarios: «guapo», «valiente», «oleeee».
¿Mi experiencia con la vacuna? En lo personal, ninguna. Pero he constatado sin margen de error que el personal cada día está -¿o quizá es?- más tonto. Al margen de aseverar que hemos perdido una ocasión inmejorable para incorporar en esta campaña de vacunación universal un antídoto contra la estupidez y en pro de la sensatez política. Lo cual me temo que muy correcto no hubiera sido
A mí tan sólo me han llamado dos veces desde mi centro de Salud. Una para advertirme de que tenía que ponerme mirando a Cuenca por lo del cribado del cáncer de colon y la otra para que me preparara para pincharme la primera dosis de la vacuna contra el coronavirus.
En la primera ocasión gocé del paisaje conquense mirando en un monitor el interior de mis intestinos (asistí en directo a este inquietante pleonasmo) y caí en la reiteración (me cago en tó lo que se menea) de todos mis paisanos, cuando en la segunda llamada me dijeron que yo pertenecía al grupo de los astrazénecos. Todo salió bien, en ambas ocasiones. No es que yo recomiende la colonoscopia como menú del día, pero el equipo que se encarga de llevar adelante esta campaña de prevención se merece el reconocimiento de una labor que hacen de manera extraordinaria y exquisita, tranquilizando, informando y respetando en eso momentos, en los que uno no puede ser más que un oferente a la técnica y la medicina, a los pacientes que llegamos lánguidos, como la melena de Cher, tras el vacíe intestinal.
Pero superado este asunto, muy interno, que también tiene ver, y mucho, con el grupo de edad al que pertenezco, os cuento que me convocaron hace tres semanas para pincharme la vacuna anglo-sueca. Todo fue rodado y fluido, como la colonoscopia, ni colas, ni esperas y una atención de los sanitarios profesional y competente. Estaba citado a la una y media de la tarde y pocos minutos después ya había recibido el pinchazo. Y me puse malo -nunca me tocará una de catorce, pero no dejo escapar efectos secundarios-. Nueve horas más tarde me entró la tiritera. Nada grave. Anduve un par de días raruno, como muy resfriao pero sin mocos y con una chispa de calentura; luego me dijeron que eso se llamaba febrícula; pero nada alarmante ni sospechoso de ser el apocalipsis que predican los negacionistas y antivacunas.
Así que aquí estoy, con un alto porcentaje de inmunidad a la Covid-19 y no me siento controlado por nanopartículas gubernamentales para dirigir mi voluntad. Además, este verano ahorraré una pasta en pcerres con carné de vacunado y volaré. Hacedme caso: si os llaman del centro de salud para hacer el test preventivo de sangre en heces o para dar hora para pinchar la vacuna, coged el teléfono. Son llamadas que salvan vidas.
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