Del 'pucherazo fantasma' a los 'pucheros jurídicos' en la pugna por la Casa Blanca
… en un estado de sospecha vuelve a perder la democracia, cuyos cimientos se resienten si se mina la credibilidad del sistema electoral
josé luis martín moreno
Viernes, 13 de noviembre 2020, 00:44
Donald Trump es negacionista. Ha negado el cambio climático, la gravedad de la pandemia de coronavirus Covid-19 y otras realidades para muchos evidentes. La más gorda de sus negaciones es la que se refiere a su derrota en las urnas. Se niega a reconocer ... a Joe Biden como Presidente electo de los EEUU. ¡Nanay de la China!, Trump insiste en que es él quien ha ganado las elecciones, contando los votos legales, y anuncia la contratación de 8.500 abogados para dar la batalla por la presidencia. Al oírlo en un noticiario (4 de noviembre) pensé que alguien había añadido, por error, dos ceros a esa abultada cifra. ¿Para qué tantos abogados? Trump denuncia la existencia de un 'pucherazo', un robo electoral, un fraude. Sus abogados pidieron la detención del escrutinio en Pensilvania y otros Estados clave, y nuevo recuento en los Estados donde perdía por estrecho margen. Los estadounidenses han permanecido atónitos, pegados durante cuatro días a las pantallas de sus móviles y televisores, mientras Donald Trump inflamaba los ánimos insistiendo en el fraude. Y a día de hoy no se rinde. El 8 de noviembre llamó «ladrones» a los demócratas y ha logrado que el Fiscal General de EE UU curse una instrucción que autoriza a los fiscales a investigar «denuncias sustanciales de irregularidades en el voto o en la tabulación del voto antes de la certificación de las elecciones». Lo sorprendente es que Trump había denunciado el fraude electoral tres meses antes de las elecciones, demostrando dotes adivinatorias como las de Nostradamus. Llueve sobre mojado, porque ya en 2016, tres semanas antes de las elecciones que le llevaron a la presidencia, Trump insistió en que el Partido Demócrata amañaría las elecciones y habría fraude electoral, cuestionando la legitimidad del sistema: «Por supuesto que hay fraude electoral a gran escala, antes y durante el día de elecciones» (Trump, en Twitter, 17 de octubre). El entonces aspirante a la Casa Blanca temía la suplantación de identidad en el voto y afirmó que grandes cantidades de muertos e indocumentados votarían en las elecciones. ¡Caray!
Esa actitud era nueva: demócratas y republicanos han denunciado irregularidades en el pasado, pero nadie había ido tan lejos, cuestionando abiertamente la pureza de unas elecciones, meses antes de que tuvieran lugar. Lejanos quedan los amaños electorales de William M. 'Boss' Tweed en la ciudad de Nueva York, al frente de la maquinaria política de Tammany Hall. Los republicanos lo citan como ejemplo de la corrupción y fraude electoral en las filas demócratas. Pero no tiene sentido rescatar episodios ocurridos hace más de ciento cincuenta años. La compra de votos, la intimidación y la manipulación de las urnas fueron frecuentes en el siglo XIX y también cuajó el 'spoils system'. Lo sabemos, pero, frente al caciquismo y la corrupción institucionalizada en muchas elecciones del siglo XIX (¡menudos pucherazos los de la Restauración!), los modernos sistemas electorales de occidente conocen irregularidades puntuales, pero no fraudes generalizados y adulteradores del resultado final. En todo caso, si los hubiere, no faltan remedios jurídicos para corregirlos. Eso vale, naturalmente, para EE UU, cuna de la democracia, donde los estudios demuestran por qué resulta inverosímil la existencia de fraudes de tal envergadura que falsifiquen las elecciones.
Pero la denuncia del pucherazo por anticipado funcionó como estrategia en 2016 y muchos millones de votantes republicanos creyeron a pies juntillas que las votaciones serían manipuladas para que ganara Hillary Clinton frente a Trump. Esta estrategia logró una mayor movilización de los simpatizantes de Trump, pero el ambiente político se emponzoñó y aumentó la desconfianza en las elecciones. Eso mismo ha vuelto a suceder ahora. Cincuenta millones de votantes republicanos creen en la acusación de pucherazo; un 'pucherazo fantasma' mientras no se pruebe lo contrario, hasta el punto de que diversas cadenas de televisión (ABC, CBS, NBC) censuraron el discurso de Trump por no ofrecer pruebas del fraude.
No parece que el ejército de abogados reclutados por los republicanos vaya a conseguir la anulación de votaciones irregulares en grado suficiente para otorgar la victoria a Trump. Georgia ha ordenado el recuento a mano de las papeletas (11 de noviembre) porque la victoria de Biden fue por un estrecho margen. Pero los dieciséis votos electorales de Georgia tampoco darían la victoria a Trump. Necesita treinta y ocho más. La lucha más importante es la que pende en la Corte Suprema, por la ampliación judicial del plazo para el cómputo de los votos por correo en Pensilvania, que podría ser anulada por injerencia de los tribunales en el poder que la Constitución confiere a las legislaturas de los Estados. Lo más probable es que el resultado final no sufra cambios, aunque se anularan los votos por correo recibidos después del 3 de noviembre. Del 'pucherazo' no hay rastro por ahora, pero sí abundan los 'pucheros jurídicos', que son como las lágrimas de San Lorenzo, y al cabo lágrimas son de quien podría pasar de inquilino a 'okupa' de la Casa Blanca. Y aunque hubiera alguna incógnita sobre la identidad del ganador, como en el duelo de 2000 entre George Bush y Al Gore, en un estado de sospecha vuelve a perder la democracia, cuyos cimientos se resienten si se mina la credibilidad del sistema electoral.
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