Las imágenes que estamos viendo en la Comunidad Valencia y en la de Castilla la Mancha son sobre cogedoras, algo que ni tan siquiera las personas más mayores jamás han conocido. Imágenes que todo vemos con asombro y con consternación al comprobar las pérdidas de ... vidas humanas que hay, así como los cuantiosos destrozos materiales que se han producido. Es algo sobrenatural que seguro que nunca podremos olvidar y que se quedará grabado en nuestra mente mientras vivamos.
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La expresión «contra la naturaleza no hay quien pueda» refleja una idea central de las leyes de la naturaleza, sus procesos y su equilibrio que tienen una fuerza tan poderosa que resulta difícil, o imposible, alterarlos sin consecuencias. Al tratar de contradecirla, o desafiar sus leyes básicas, los seres humanos suelen enfrentar efectos adversos o cambios que, tarde o temprano, los obligan a adaptarse a esa realidad natural en lugar de controlarla. Un ejemplo claro es el cambio climático que, a pesar de los avances tecnológicos, los efectos de la alteración del clima son cada vez más visibles, afectando a las especies, los ecosistemas y hasta nuestras vidas. Aunque podemos mitigar ciertos daños, no podemos revertirlos completamente porque afectan ciclos que van mucho más allá del control humano.
Las catástrofes por inundaciones son una de las manifestaciones naturales más devastadoras y difíciles de prever con exactitud, a pesar de los avances en tecnología de monitoreo y prevención. Estas situaciones suelen tener impactos graves en las comunidades: destruyen viviendas, infraestructuras y cosechas, y pueden llevar a la pérdida de vidas y medios de subsistencia. Lo complicado de las inundaciones es que, aunque pueden preverse en cierta medida, su intensidad, duración y alcance pueden superar las expectativas, como ha ocurrido con esta DANA.
Estas catástrofes no sólo son el resultado de fenómenos climáticos extremos, sino que muchas veces están exacerbadas por factores humanos, como la urbanización descontrolada, la deforestación y el manejo inadecuado de cuencas y ríos. La impermeabilización del suelo urbano evita que el agua se absorba, provocando que fluya sin control hacia zonas bajas o direc- tamente habitadas.
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Ante el aumento de eventos climáticos extremos debido al cambio climático, estas inundaciones se volverán más frecuentes e intensas. La adaptación y la resiliencia son clave en este contexto, la planificación urbana debe considerar zonas de riesgo, los sistemas de drenaje deben mejorar, y las soluciones basadas en la naturaleza, como la restauración de humedales y la reforestación, pueden ser herramientas fundamentales para mitigar estos riesgos. Además, la conciencia y la educación ciudadana son esenciales para reducir los daños. Saber cómo actuar, a dónde acudir y tener protocolos claros puede salvar muchas vidas y reducir las pérdidas. En definitiva, aunque no podemos eliminar el riesgo de inundaciones, sí podemos gestionar sus efectos y prepararnos mejor para enfrentarlos.
Porque lo que sí está claro es que en esta ocasión no ha pillado con el paso cambiado y ahora toca afrontar la situación sin mirar para otro sitio y arremangarse para que todo vuelva a la normalidad lo más pronto posible.
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