Cuando están a punto de cumplirse diez años desde que una ETA derrotada por el Estado de Derecho anunció el cese definitivo de las armas, la comprensible tentación de pasar página sobre un tenebroso pasado no puede sepultar en el olvido la trágica historia reciente ... de nuestro país en la que una minoría fanatizada intentó imponer su totalitarismo a través de la barbarie. Recordar el profundo sufrimiento y los ataques a las libertades más básicas causados durante décadas por el fundamentalismo asesino es una exigencia moral, aparte de un ejercicio de dignidad y justicia. El Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, inaugurado ayer por los Reyes en Vitoria, nace con ese loable objetivo, para rendir tributo a los damnificados y transmitir su legado a las nuevas generaciones a fin de que prevalezca un relato ajustado a la verdad y no vuelva a repetirse una experiencia tan cruel e ignominiosa. Felipe VI hizo énfasis en las víctimas como «uno de los pilares éticos» de la democracia y «símbolo de la defensa de las libertades». Mirarse en ese espejo retrovisor puede resultar poco agradable, pero es necesario para una sociedad que quiera edificar una convivencia en paz sobre los sólidos pilares de la realidad.
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