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Manuel e. orozco redondo
Jueves, 9 de julio 2020, 23:11
En el recuerdo del Concurso del Cante Jondo del 1922 son muchos los personajes que intervinieron, siendo uno de ellos Federico García Lorca, Manuel de Falla, los Barrios, Miguel Cerón, Andrés Segovia, Manuel Ángeles Ortiz, Fernando de los Ríos y otros muchos del Centro Artístico, ... que lideró esta efeméride que ha marcado la historia de Granada y del cante. Sobre Federico no es fácil de contar nada nuevo sobre este poeta universal. El libro de Manuel Orozco 'Las figuras en la Granada de Lorca', nos acerca a una visión del poeta a través de sus amigos, de sus correligionarios de época, de convivencia en el Centro Artístico y de los que vivieron la Granada de los años veinte, sobre todo, en aquella Granada esplendorosa y creativa, que, en los años treinta, se fue encanallando, sin que nadie pusiera cordura, remedio o convivencia.
Federico con 17 años, en 1915, se hace socio del Centro Artístico Literario y Científico. El Centro Artístico le abre las puertas para conocer a personajes relevantes de la vida de Granada. Federico le debe mucho al Centro Artístico a la hora de su formación, sobre todo, a Soriano Lapresa, que tuvo mucho que ver en la vida de Lorca, pues la figura de Francisco Soriano representa la personalidad más destacada de ese periodo histórico de Granada. Su biblioteca musical y sus conocimientos, influyeron en la formación del poeta con las últimas ediciones de las obras de Debussy, Ravel, Fauré, Satie, Strasvinsky… Fue el gran impulsor en el Centro Artístico con cursos de conferencias y conciertos de las primeras figuras nacionales y extranjeras. Y él fue, antes de la incorporación de Falla al Rinconcillo, quien junto al filósofo matemático y melófilo Ramón Pérez de Roda, alpujarreño recriado en Inglaterra, quien le pone en contacto con las nuevas corrientes musicales de las que se nutre Lorca.
Por su amigo Manuel Ángeles Ortiz sabemos que le gustaba al pintor y al poeta pasear en los tranvías y conocer los pueblos, como aquel día en Albolote, con un calor insoportable, que se oyó decir a un niño, desde su casa: «Mamica, asómate, verás lo que va por la calle». Eran dos desconocidos del pueblo paseando, pues, al decir del pintor, ni Federico ni él sentían el calor, sino el deseo de estar juntos y conocer los pueblos de Granada y sus gentes. También, por el pintor, sabemos que se bañaban, por las tardes, en el río y que Federico se iba con los gañanes y les leía los poemas que él había escrito. Sí, sí, todos esos poemas a los chopos del río, y todo eso... Federico los escribía y los primeros que los escuchaban eran los gañanes, digo, los segadores de allí, de Asquerosa, de la vega de Zujaira. También sabemos por el pintor que en la Fuente de la Carrura se bañaban en una poza, menos Federico. Federico, que no se metió en el agua en su vida, un día le dijo a Manuel Ángeles Ortiz que sentía la belleza del paisaje y las cosas como una poesía de las formas. Ese sentimiento les unía como poeta y pintor. Delirantes formas. Granada, para los dos, contenía casi todo y era la medida de todas las cosas, desde la luz del atardecer a la del alba o el rincón de las umbrías de los ríos y las fuentes en el verdín sublime del Puente de Cabrera o las fuentes de la Alhambra, el aroma de la lluvia sobre la tierra mojada y el de los habares en flor de las huertas o las glicinas de Matamoros, donde se extasiaba el pintor con el alma de poeta junto a los arrayanes del jardín y la fuente cantora donde viviera.
Por Manuel de Falla sabemos una vez que el músico se integra en la Granada en 1919, que Federico, a sus veintiún años, está estrenando su vida de pianista y poeta. Pero psicológica y moralmente este Falla, de tan estrictas convicciones éticas, morales y estéticas, está en las antípodas del mozo juglar y excéntrico para el que la vida es un juego. Las conocidas veleidades de Federico, en la homosexualidad, eran excesivas para un hombre como Falla, todavía en el pecado nefando, y con sus evidentes signos de anticlericalismo con burlas con aquellas 'misas' para las criadas, aquellos 'sermones' en chufla, aquella misa en la boda de Manuel Ángeles Ortiz, en la que impartió 'comuniones' con mantecados, no podían ser de su agrado.
Como dice mi padre, Federico vivió su vida 'jugando' con todo y contra todo, porque todo era 'materia' poética y teatral; no fue menos escandalosa, para una determinada familia, su obra 'La casa de Bernarda Alba', que tuvo mucho que ver en la tragedia del poeta. En esta tesitura y enterado de esta vida de burla y de pasión desenfrenada, Falla exclama, ante la noticia de la detención del poeta: «¡Es que Federico!». Lo que no le impidió, por su profunda amistad y admiración a Federico, ir enfermo, cojeando, febril y aterrado al Gobierno Civil, bajo el terrible calor del agosto granadino, para interceder por Federico de aquella detención, que presagiaba, rencor, venganza, injusticia y drama.
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