Tuve la fortuna de saludarlo dos veces. La primera, siendo yo un joven feliz e indocumentado que trabajaba de niño de los recados en un periódico local. Este diario publicaba todas las semanas una extensa entrevista realizada por un grupo de redactores a un personaje ... destacado. Servidor, que era cabo furriel en la empresa, hacía sus primeros pinitos en la profesión tomando nota de todo lo que decía el entrevistado. Por ejemplo, yo le preguntaba qué quería tomar, y él me contestaba «un café». La humildad es fundamental en esta profesión, y cuanto más abajo comienzas, más abajo acabas.
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Una de esas entrevistas fue a Nicolás Redondo Urbieta, histórico líder de UGT. Redondo era una hombre afable, y no parecía muy preocupado por la moda. Llevaba una ropa tan sencilla como su forma de hablar, clara y concisa. Me acerqué a él con el debido respeto y con mi bloc de notas. A la comprometida pregunta «¿Quiere usted tomar algo?», el líder de la UGT no se anduvo por las ramas y me respondió sin evasivas: «¡Pues, será un café, chaval!». Tomé nota y fui a por la munición. Una vez servido, giro su cabeza, esbozó una leve sonrisa y achinó esos ojos suyos tan característicos, diciéndome: «¡Hombre, pues muchas gracias, chaval!». Sin duda, fue la mejor pregunta y la mejor respuesta de mi arranque como becario en prensa.
Mi segundo encuentro con «Nico el de la Naval de Sestao» fue por casualidad y veinte años más tarde. Fue en Madrid, yo iba «pelando la pava» con una moza dura de pelar y Don Nicolás estaba parado y con las manos en los bolsillos junto a un ministerio, como esperando a alguien. Me acerqué, lo saludé y él hizo lo propio, pero después se quedo pensativo, como rumiando de qué puñetas le sonaba mi cara. De hecho, tras veinte minutos de charla, su rostro seguía teniendo la forma de un signo de interrogación. Por si las moscas, le recordé de qué nos conocíamos, y a partir de ahí seguimos arreglando el mundo, pero ya con más tranquilidad, porque es difícil confiarse a un desconocido que te para por la calle. Redondo era un hombre bueno que hablaba con cualquiera.
Soplan vientos electorales con amenaza de ciclogénesis explosiva sobre la Plaza del Carmen. Solo le pido a Dios, pero sobre todo al futuro alcalde, que por el bien de esta ciudad sea un alcalde redondo. Pero, sobre todo, Redondo. En definitiva, modélico. Descanse en paz, Don Nicolás. Tenemos un café pendiente en la eternidad.
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