Esto es increíble. El litro de gasoil te lo peinan a euro y medio, ya es más barato ponerle al coche aceite de girasol, y esta gente se enzarza en una estéril polémica sobre quién va o quién no va a Eurovisión. Te crujen en ... la nómina con los descuentos del IRPF y ellos discutiendo sobre si son mejores las tetas, las muñeiras o los reguetones. Nos fusilan cada mes en el paredón del recibo de la luz, o cuelgan en el muro de las cuotas a los autónomos, y nuestros representantes desafinan como gallos y chiquilicuatres.
Hasta en la polémica del festival de Benidorm han salido los del sindicato de las Comisiones Obreras diciendo que ha habido más tongo que en la saga de Rocky. Ya puestos podían mandar a Eurovisión al Unai Sordo y que haga dúo con Pepe Álvarez… o que rescaten al Cándido Méndez y que haga de baladista tropical en el escenario de Turín. Además, podrían llevar de cuerpo de baile a todos los políticos que se han zambullido en esta estéril poza de inanidad.
A mí, querido Ernesto, lo de quién vaya a Eurovisión me da mucho igual. Dejé de seguirlo cuando el Julio Iglesias cantaba Gwendoline y la orquesta la dirigía el maestro Ibarbia. Pero me da mucha pena que se derrochen tantos esfuerzos en si debe ser Chanel, Tanxugueiras o la Bandini las que den el cante. Prefiero aprovechar las líneas que me quedan para llamar la atención sobre que se sigue desafinando en la gestión de la pandemia, que el coste de la vida sube sin parar, que el enfado cunde entre todos los sectores económicos, que las balalaikas de guerra ya suenan en Ucrania, que siguen sin usar la política para resolver problemas y sí para crearlos, que crece el encono entre la gente, que estamos cansados de llamar a las ventanillas de los bancos, de los ministerios, las consejerías y los ambulatorios. Que ya está bien de hacer colas y mantener la paciencia cuando un día sí y otro también dicen usa mascarilla, cuarta dosis, respira, no respira… que si la Rosalía sale en pelota en su nuevo disco o que el cantante de la Polla Récords no quiere vacunarse.
Señorías, vamos a lo que importa. Dejen de dar el cante y de disimular con el La, la, la, que no son ni Massiel ni el vestido azul de Salomé.
Manuel Vázquez Montalbán ha mandado al detective privado Pepe Carvalho a Benidorm para que investigue el fraude en la votación de la canción que representará a España en Eurovisión. Antes de narrarles los hechos es necesario que realice un par de incisos.
Primera digresión. Querida editora de las líneas discontinuas, deja de encargarnos anacronismos. La semana pasada la monarquía, este sábado un festival decrépito, que no decadente, porque la decadencia tiene empaque. Si seguimos así, acabamos el maestro Agudo y un servidor hablando de la sopa de Avecrem con letras, los pañitos de croché en las televisiones de plasma y de los boletines informativos de Radio Nacional con los partes 'epimédicos' del dictador –qué dictador al arbitrio queda de cada cual, pues hay muchos tipos de dictaduras y partes–.
Segundo paréntesis. Representa a una España de la cual me bajo. Estúpida, anticuada, superficial e indolente. Que malgasta horas en canciones banales y votar con mensajitos la preferencia de sus entretelas.
Efectuado el desahogo, prosigo con Carvalho. A quien había resuelto el asesinato en el Comité Central o la muerte del delantero centro al amanecer el caso le ocuparía, a lo sumo, una semana. Incluso consideró que Biscúter, su ayudante, podría encargarse sin mayor problema. Aceptó por su novia Charo, «Pepe, unos días en la playa con los gastos pagados. Me trae recuerdos. La de veces que nos hemos achuchado bailando la canción del telegrama». No contaba el investigador con que el Partido Pajolero presentaría una interpelación en el Senado, que las ministras de Manos Unidas, Tetas Úninas, perdón Unidas Podemos, montarían la polla -lenguaje inclusivo- por el feminismo de una postulante o que los 'independes' del BNG considerarían ultrajada la patria galega al no salir victorioso el grupo Tanxungueiras.
Carvalho se maneja en los bajos fondos y se apaña con los hampones. Incluso bandea políticos sin escrúpulos, pero con inteligencia. Sin embargo, se encontraba perdido en esta jungla de gilipollez. Ni su cariño a Eurovisión -«ten points, di puants» había sido un comodín infalible para ligar con las suecas en Las Ramblas- le cegó el juicio: lo habían equivocado de novela. Estaba en un libro de Vizcaíno Casas. Se vio ajado, tan fuera de onda que no tardó en tomar la decisión que había querido ocultarse tanto tiempo. Ha pedido la jubilación anticipada y se ha apuntado a los viajes del IMSERSO en Benidorm. Donde acaeció el ocaso de una España indigna de llamarse nación seria.
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