Reivindicación de Felipe Hermoso
Juan José Plasencia Peña
Sábado, 21 de enero 2023, 00:41
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Juan José Plasencia Peña
Sábado, 21 de enero 2023, 00:41
En mi doble calidad de granadino y enseñante de Historia, he tenido que hacer las veces de guía de la Capilla Real en múltiples ocasiones con alumnas y alumnos y también con amigas y amigos. Incluso, en febrero de 2013, hace ahora por tanto casi ... diez años, tuve que explicar el significado histórico y los contenidos artísticos de este importante monumento a un grupo de docentes que acudieron a nuestra ciudad desde Alemania, Grecia, Polonia y Portugal, para un encuentro europeo en el marco de un proyecto Comenius que organizó la profesora Nati Martínez Marín, entonces coordinadora de Plurilingüísmo de la Delegación de Educación de Granada.
Pues bien: en todos o casi todos los casos he sido testigo de que el único monarca Habsburgo allí yacente, Felipe el Hermoso, ha atraído menos el interés y hasta la simpatía de las y los visitantes que los tres reyes Trastámara que lo acompañan: Isabel de Castilla, Fernando de Aragón y Juana la Loca. La razón de esto resulta obvia: Isabel y Fernando son considerados, aún hoy y aunque en menor medida que hace unos años, como una especie de 'padres fundadores' de nuestro país y Juana la Loca su causa se ha visto favorecida en estos últimos años como personaje histórico, en parte como consecuencia de la excelente película de Vicente Aranda, de una difusa corriente reivindicativa que la señala, no sin cierta razón, como una pobre mujer indefensa en medio de las ambiciones de poder de su padre, Fernando el Católico; su marido, Felipe el Hermoso, y sus dos hijos varones, el emperador Carlos y el archiduque Fernando. A ello hay que añadir el origen extranjero de Felipe, de familia flamenca por su madre –la gran duquesa María de Borgoña– y austriaca por su padre, –el emperador Maximiliano–, y, por si aún fuera poco, las exageradas críticas contra la saga Habsburgo o, lo que es lo mismo, la Casa de Austria, por parte de los historiadores cercanos a la dinastía rival en el trono de España, la familia Borbón, como fue el caso del historiador y político Antonio Cánovas del Castillo y su innegable influencia en la historiografía posterior.
En contraste con todo ello, hoy sabemos que Felipe había sido un excelente gobernante y un eficiente administrador a lo largo de sus años de mandato en los Países Bajos, cosa que volvería a repetirse en los pocos meses que transcurrieron entre la Concordia de Villafáfila y su muerte, durante los cuales fue regente de Castilla. Sin duda hubiera sido un gran rey, de no haber muerto a la muy temprana edad de 28 años con toda probabilidad (aunque sin pruebas que lo corroboren), envenenado por orden de su suegro, el taimado y ruin Fernando el Católico, cuyo carácter calculador y absoluta falta de escrúpulos le llevaron a ser considerado un modelo ideal nada menos que por el mismísimo Nicolás Maquiavelo para su libro 'El Príncipe'.
Nuestro gran Ángel Ganivet afirmó, en su 'Idearium Español', que la Casa de Austria había puesto a España en Europa y consideraba esta idea tan importante que llamó a la época de gobierno Habsburgo en nuestro país la «etapa hispano-europea» de la historia patria. Y, si la dinastía austriaca puso a España en Europa, fue Felipe el Hermoso, el primer monarca de esta familia en Castilla, quien principió este ciclo histórico que representó sin duda el culmen de nuestro país en cuanto a prestigio internacional: la expansión española en los cinco continentes; un encaje territorial respetuoso con la tradición de los antiguos reinos peninsulares; un clima de tolerancia desde luego mayor que el de los reyes medievales que la precedieron –que contrasta con nitidez con el despotismo de los monarcas Borbón que vinieron después–; el Siglo de Oro de la cultura hispánica y, al menos durante los primeros tres cuartos de siglo, una gran prosperidad.
La victoria de Felipe en la que podríamos llamar 'mini guerra civil castellana' que, a lo largo tan sólo de unas cuantas semanas, sostuvo contra los partidarios de Fernando el Católico, supuso la adhesión de Castilla y por ende de toda España al proyecto Habsburgo, que hoy podríamos calificar como paneuropeísta y que, en el lenguaje de la época, fue llamado 'la República Cristiana'. Durante 200 años, hasta la Guerra de Sucesión Española a principios del siglo XVIII, nuestro país desempeñó un papel fundamental en la práctica de este ideario que, con sus luces y sus sombras, comenzó a materializarse durante la regencia de Felipe.
No quiero terminar sin hacer alusión a un detalle que creo significativo. Sin excepción, al menos que yo sepa, todas las guías de la Capilla Real editadas en nuestra bella e histórica ciudad se refieren a las águilas que la decoran como el Águila de San Juan (el águila que aparece también en el escudo de la dictadura franquista), que simboliza la profunda devoción que profesaba la reina Isabel a San Juan Evangelista. Pero no siempre añaden que, también en la Capilla Real, aparecen representados otros pajarracos algo diferentes: se trata del Águila Imperial (la que figura en el emblema de nuestra Universidad), en honor a Felipe el Hermoso, primer soberano en Castilla perteneciente a la familia Habsburgo y la dinastía austriaca.
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