Retrato de un maestro
«Paco nunca se casó con el poder. Entendía su oficio como una forma de periodismo íntegro»
antonio mesamadero
Domingo, 28 de agosto 2022, 22:32
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antonio mesamadero
Domingo, 28 de agosto 2022, 22:32
Dice Emil Cioran en uno de sus textos que podemos imaginarlo todo, predecirlo todo, salvo hasta donde podemos hundirnos. ¡Qué gran verdad encierran estas palabras! Nunca imaginé que me vería escribiendo un artículo de despedida a Francisco Martín Morales, una de las personas esenciales en ... mi vida. Conservaba la esperanza de verle recuperado porque la esperanza es lo último que se pierde, y si es un ser querido, nunca se pierde.
Dice la sevillana de marras que algo se muere en el alma cuando un amigo se va. Si además de tu amigo es tu maestro, la pérdida es irreparable. Paco, mi humilde y cercano maestro, mi guía, se ha ido al cielo donde el arcoíris tiene los colores de sus dibujos. Que siempre se van los mejores es una verdad comprobable. En el caso de Martinmorales, además de ser el mejor en nuestra profesión, era inmejorable como ser humano.
Un dibujo de humor no puede ser un hecho intrascendente. Tiene que ser un peligro. Paco nunca se casó con el poder, ni siquiera se hizo novio suyo. Él entendía su oficio como una forma gráfica de ejercer el periodismo más arriesgado e íntegro. Su obsesión, hacerle cosquillas a las noticias para arrancar una reflexiva sonrisa en el lector.
Sus chistes sembraron en mí la costumbre de dibujar y esa costumbre cosechó una profesión. Soy gracias a él y mi trabajo, solo una prolongación modesta del suyo.
Buceando en mi cada vez más lleno baúl de los recuerdos sale a flote uno muy especial. Siendo pequeño, mi padre solía mandarme los domingos a comprar tejeringos a una churrería sita en la albaicinera calle del Agua. Aparte me daba unas pesetas para comprar el IDEAL en el quiosco de Las Cuatro Esquinas. Cuando llegaba a casa, lo primero que hacía mi padre –como tantos miles de granadinos– era darle la vuelta al periódico y leer el chiste de Martinmorales. Era la primera sonrisa de mi padre los domingos. Después, el periódico iba pasando de mano en mano y de hermano en hermano hasta que llegaba finalmente a las mías hecho un homenaje al churrete. Yo recortaba entonces el dibujo de Paco y lo metía en una de esas clásicas carpetas azules con gomas donde se meten todos los papeles importantes.
Y así seguí, recortando hasta 1982, año en que comencé de caricaturista en Diario de Granada. Un día apareció por allí Martinmorales, ataviado con su simpatía natural y una impoluta presencia física. Saludó al respetable con esa cercanía alpujarreña que es única e intransferible en el sistema solar. Dio abrazos, estrechó manos, y después se metió en el despacho del director para darle un sobre con dibujos.
¡Ay, aquellos sobres…! Cuando se iba a la Alpujarra, a Madrid o a Barcelona, Paco mandaba los dibujos en un sobre que llegaba por autobús. Yo me pedía 'prime' para recogerlo en la estación y, lo confieso, más de una vez estuve tentado de abrir cual Kiko Ledgard aquel sobre lleno de sorpresas para tocar y admirar los premios, pero me frenaba siempre. Informado por alguien de mis 'tentaciones', Paco decidió telefonearme: «Antoñito, dejo el sobre abierto por si quieres echarle un vistazo y me das tu opinión». Así era Martinmorales, compartir para vivir.
Volviendo al día que lo conocí… Una tarde de verano estaba dibujando, lo recuerdo bien, una caricatura del general Milans del Bosch, uno de los implicados en el 23F. Paco se acercó a mí y, mirando con tanta curiosidad como respeto, me dijo: «Está muy bien, tienes talento». Está claro que confundió mi talento con el suyo, pero aquellas palabras se me quedaron grabadas para siempre. Después, cogió el rotring y me dedicó un dibujo suyo: «Al maestro Mesamadero, de Martinmorales». Había que quererlo. Lo querré siempre. ¡Qué solos nos dejas, Paco!
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