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Según la imagen primera, vivimos momentos decisivos, hitos históricos: nuestro primer gobierno de coalición, la lucha heroica contra la pandemia, la gobernanza Gobierno/autonomías, el ... combate contra la ruina económica y las defensas numantinas de la libertad de expresión. No hay quien dé más.
Luego resulta que todo queda tosco, rudimentario, sin asideros para imaginarles alguna carga épica.
¿Movilizaciones por la libertad de expresión? Si un grupo arremete contra un medio de comunicación, como ha sucedido, resulta imposible mantener la impostura. Si la movilización consiste en destrozar el mobiliario urbano y difundir el caos no cuela la milonga. Ningún síntoma hay de que a estas 'masas revolucionarias' les conmueva el derecho de expresión ni ningún otro derecho universalmente reconocido.
Para más inri, sobre este acoso antisistema se produce una inédita pelea política. Lo nunca visto: una parte de gobierno contra la otra, que quiere ser a la vez gobierno, oposición y de paso endilgarnos monsergas morales sobre la normalidad democrática, a partir de unos esquemas incapaces de captar lo que es normalidad y lo que es democracia. Se diría que las dos caras del Gobierno han emprendido una lucha titánica, si no fuera porque lo de los titanes suena a hipérbole forzada.
La bronca parece un sainete, pero resulta gravísimo que desde un partido de Gobierno se muestren complacencias respecto a la violencia de los grupos antisistema.
Dentro del aire de irrealidad que está adquiriendo la política española, en la que se suceden situaciones disparatadas –presos dirigiendo la política desde la cárcel, gestión sanitaria errática, verborreas insulsas para poner paños calientes– este volatín presenta el aspecto de un triple salto mortal sin red.
Tiene su intríngulis, pues si los volatineros fallan en el trapecio el tortazo nos lo damos todos. La proximidad de la facción podemita a los grupos antisistema no parece sobrevenida. Encaja con los planteamientos rupturistas que viene defendiendo y que no ha aparcado desde el Gobierno.
Nunca ha quedado clara la utopía podemita, adónde nos quieren llevar, supuesto que la fantasía venezolana no pasa de ser una boutade. Su mundo ideal sugiere un paraíso edénico. Transmiten que buscan una vaporosa sociedad igualitaria y estrictamente anticapitalista con dos características señeras: la igualdad no entendida como igualdad social (una antigualla) sino de género; y colectivista, cuya principal misión sería la persecución del rico, empezando por Amancio Ortega.
Sin embargo, el futuro bolivariano queda lejos. Lo que idealizan prioritariamente es la lucha revolucionaria, ese combate de las presuntas clases populares –«la gente»– contra el maldito sistema que nos agobia. Así que estamos ya en la utopía, con las bases sociales arremetiendo contra tiendas, policía, discrepantes y periódico.
En otras palabras: al progresismo rogando y con el mazo dando. ¿Es una revolución hosca y rudimentaria? Esto es lo que hay: nuestra evolución es involutiva, cangregil, y quiere aparentar que marcha hacia delante por el procedimiento de expresar grandes emociones: cómo nos gustaría la libertad de expresión, mientras asaltan un periódico o agreden al discrepante tachándolo de facha.
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