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Robles&Almeida

chapu apaolaza

Jueves, 23 de abril 2020, 17:38

Hace días que vivo instalado en una dolorosa anestesia. Casi todas las cosas que en los primeros días de encierro suponían pequeños placeres redescubiertos invitan ahora rechazo: el olor del jabón de manos que dejaré de usar cuando esto termine, la receta del pan, la ... ropa cómoda, el Zoom con los colegas, los wasap de ánimo y los carteles de arcoíris en las ventanas que a veces, cuando paso, imagino hechos añicos. Hasta el privilegio del paseo con los perros dos veces al día se ha convertido en un recorrido por el mapa urbano de la angustia. Comienzo a dudar de si el olor de los bizcochos en el horno, que siempre es un territorio de alegría, mañana dará asco. No sé cómo viviremos esto en el futuro, ni cuáles serán las fobias que nos depara el virus. En los primeros días, soñábamos con hacer muchas cosas y ahora soñamos con no hacerlas. Estoy materialmente hecho de gel hidroalcohólico y de desencanto. Al cierre de esta columna se ha ido Ángela, se ha acabado la levadura y no tengo ganas de aplaudir.

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