Cuando pasan cosas horribles, te haces preguntas. Pero no para resolver nada. Hace unas semanas una amiga planteaba en una comida: ¿Qué preferís? ¿El fuego o el agua? Se refería a morir de una manera o de otra. Ella dijo que agua porque a lo ... mejor te escapas y con el fuego, no. Podría ser. La noticia del metro de Nueva York ni nos la planteábamos, pensábamos en edificios en llamas. Se te acerca un tipo en el vagón, te pone un mechero, ardes y mueres tan carbonizada que ni siquiera te identifican. Al agresor sí, por las cámaras. Como para decidir si quieres agua o fuego. Lo que toque. La maldad que sale al encuentro, como el amor de Martín Vigil. Piensas en Pascal y en lo de que «toda la desdicha de los hombres se debe a una sola cosa, la de no saber permanecer en reposo en una habitación». Pero sabes que en tu casa también puedes morir. Y seguimos sin dar gracias cada día porque no nos ha pasado nada extraordinario. Ni bueno ni malo.
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