Los tontos del pueblo

Cuento lo de Curie por lo de la ristra de 'influencers' que han ido a Valencia a hacerse la foto. Leías la vida de la científica y te daban ganas de descubrir la vacuna contra el ébola; miras las redes sociales de esta gente y te dan ganas de arrancarte los ojos. Y las orejas, que algunos dicen unas burradas que para qué. Eso sí, hay que reconocerles méritos varios: saber elegir el hato ideal para las inundaciones, por ejemplo, que calzarse unas botas de agua y no emperejilarse como para irse a Coachella les ha tenido que costar lo suyo. Y sobrevivir sin tener sin un mal café del Starbucks que echarse al cuerpo tonificado, y aprender a ponerse de escorzo para hacerse selfis sin resbalarse en el barro y a improvisar el maquillaje perfecto para ir a quitar lodo («dana make up») en catorce sencillos pasos con apenas veintitrés productos, que solo el pueblo maquilla al pueblo. Chica, qué trabajera. Hacerse fotos dando perigallos en el Memorial del Holocausto es más fácil.

También es verdad que servidora está en caída libre, y que, si antes nada de lo humano me era ajeno, ahora casi todo me resulta extraño. Los que están haciendo cosas con fuste son los mecánicos que ayudan a arrancar los coches. Y los albañiles. Y los fontaneros. Voy a ver si aprendo a cambiarle la zapata al grifo de la cocina, que gotea.