Rosas en otoño para Francisco Brines
De Buenas Letras ·
El poeta valenciano, ganador del Premio García Lorca en 2007, acaba de obtener el CervantesAndrés Soria Olmedo
Jueves, 26 de noviembre 2020, 00:39
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De Buenas Letras ·
El poeta valenciano, ganador del Premio García Lorca en 2007, acaba de obtener el CervantesAndrés Soria Olmedo
Jueves, 26 de noviembre 2020, 00:39
El poeta valenciano Francisco Brines (1932), ganador del Premio García Lorca en 2007, acaba de obtener el Cervantes. ¡Enhorabuena!
Se ha puesto de relieve lo acertado del título de uno de sus libros, 'Ensayo para una despedida', para nombrar el conjunto de su obra, de ... la que él mismo ha dicho: «aun en los momentos en que aparece el cántico, no es otra cosa que una extensa elegía». Una elegía hecha de variaciones sobre una base de autobiografía sentimental. Ángel Rupérez atina al compararla con la maravillosa restricción de la pintura de Giorgio Morandi, quizá con un plus de sensualidad mediterránea. El 'desvelamiento' que para él es la poesía, desvelamiento no inmediato del tiempo y de la vida, se plasma con vigor y matices específicos en 'La última costa': «El tiempo es mi cuerpo y mi enigma, y también el fracaso definitivo; el amor es mi inserción en el tiempo con la intensidad máxima […] y es también un fracaso […] Yo diría que, en mi obra, la vida, entendida de modo nada estricto, es el origen del poema, pero que, a su vez, es vida, tal como se presenta al lector, es el resultado del poema».
Si se acerca el final del viaje desde la pérdida de la infancia, donde «no hay tiempo, sólo espacios», la «energía meditativa» de que habló el fino, el gran José Olivio Jiménez a propósito de Brines se orienta hacia el autodescubrimiento y apura la contradicción entre vitalismo y aceptación lúcida del destino. Así se oponen pasado y presente en 'La despedida de la carne' ( y se impone el verso dantesco: «Nessun maggior dolore /che ricordarsi del tempo felice /nella miseria[…]):
«Se gastaron mis manos y mis ojos en numerosos cuerpos, / y solo sé / que el mirar complacido y las lentas caricias / anulaban el mundo /que no era el territorio precioso de la carne. / Ni el humo de los sueños que ardieron / puede ya retornar. / Adoré lo que el tacto adoró. Lo sé como me sé. / Y me es ajeno y débil como si fuese imaginado. / Sigo siervo del dios que me otorgó una vida / por la que la desdicha pudo ser aceptada.
«Hoy ven los ojos, en la presencia de la carne, / igual lo diferente, / y el tacto del que oficia no halla nada / que le otorgue el temblor: / mi cuerpo ya es la llaga de una sombra. / El dios que tanto dio para quitármelo, / y al que nunca recé, ni fui blasfemo, / también se desvanece como si fuese un cuerpo.
«Misericordia extraña, / esta de recordar cuanto he perdido, / y amar aún su inexistencia».
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