Quejarse por el ruido tiene mala prensa. Protestar por el exceso de decibelios suena a viejuno, soso y aburrido. Tradicionalmente se ha vendido el estereotipo del sur bullanguero enfrentado a ese norte mustio y frío donde el silencio es sinónimo del páramo helado. Aquí, con ... el calor mediterráneo, anda jaleo y a tirar petardos hasta el amanecer.

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Habrá sido por el exceso de helicópteros en vuelo de estos días, pero qué hartura de ruidos.

En realidad empezó antes, en el AVE, cuando un fulano se subió en Córdoba y deleitó al vagón entero con un master en gestión telefónica de su negocio textil, entre facturas, albaranes y visitas. Como en una película de Berlanga, pero a 200 km/hora. Menos en Loja, claro.

Cuánto daño han hecho los móviles y qué impudicia la de tanta gente, contando en alta voz cuernos, penas y traiciones, como si estuviera en un reality show y los sufridos pasajeros de trenes y autobuses fueran el público contratado para seguirlo en riguroso directo. Y luego, si sugieres que mande a X a paseo o que no le aguante eso a Y, te mira molesto, como si te estuvieses entrometiendo en su intimidad.

Terraza soleada de cafetería. Dos señoras en una mesa. Llega una tercera que, sin embargo, se sienta a otra mesa distinta.

Y comienzan los saludos a voces, que derivan hacia el tema favorito de tantas y tantas personas: las enfermedades. ¡Joder, lo que aprendí! Eso sí, al llegar a la parte de cólicos y diarreas, se me atragantó el café.

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Otro clásico es el señor del perro. Un perro que ladra tanto que el señor ya no hace ni el amago de decirle que cierre el pico, aunque sea un rato. Y el que se lleva la mano al pito más rápido que los pistoleros del Lejano Oeste a sus revólveres. Qué crack, el tío, dándole al claxon para saludar a su vecino Paco, con el que, sin embargo, no cruza palabra cuando coinciden en el ascensor.

¿Y el del escape libre en la motillo o el del motor rugiente y el discotecón portátil en el carraco? Sin olvidar al camión del tapicero, que ha llegado a la ciudad.

Esta ciudad que amamos con pasión, aunque no estaría de más que, de vez en cuando, redujera sus decibelios.

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