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Admito que se me llevaron los demonios cuando supe que volvía. Mejor dicho, cuando esta semana se anunció a bombo y platillo que volvía, porque ese regreso todavía no se ha materializado. Pero ya se ha divulgado. Ya los medios afines al personaje, los prosélitos ... que en su día lo auparon, han proclamado su vuelta como la de un hijo pródigo, como la del redentor que viene a iluminar al pueblo, a conducirlo de la mano hasta la tierra prometida. No importa el día exacto, ni la hora, ni el modo. Ni siquiera el lugar. El anuncio ya basta. La imagen difundida del prócer en trance de volver equivale a la vuelta. Y ya no se habla de otra cosa.
No sé si me estoy enredando demasiado para explicarlo, pero es que mi cabeza es una enredadera desde que supe que volvía. Si Cortázar escribió aquello de que cuando uno anuncia que se va es que ya se ha ido, vale aquí la burda paráfrasis de que si uno advierte de que va a volver, es que ya ha vuelto. Y apocado y pusilánime como soy, me invade el desasosiego o, directamente, me echo a temblar. No me gusta el personaje. Ni sus formas ni sus fondos. Ese ese discurso faltón, esa pose de perdonavidas, ese aire pendenciero y agresivo que destila cada vez que abre la boca, ya sea en las tribunas más elevadas o en los canutazos a pie de calle, aunque lo haga disfrazado de un tono monocorde, victimista y victimario al mismo tiempo.
Esas ideas obsoletas, pasadas de moda, fracasadas allí donde se han aplicado. Esa planta autoritaria y regañosa, de una violencia apenas tamizada, de un populismo casposo y frívolo. Ese discurso incoherente, donde los hechos casi nunca casan con los dichos, esa ambición tiránica de asaltar los cielos despreciando a los que piensan diferente
Que no, que no lo quiero, que no me representa, como se dice ahora. Es cierto que tiene sus partidarios, antaño legión, ahora en trance menguante. Gente que compra su mensaje elemental y enérgico, trufado de buenas intenciones y perogrulladas. Se fue hace tres días, como aquel que dice, pero su alargada sombra ha permanecido aquí, emponzoñando el ambiente, envenenando las tertulias, alimentando una tensión que a nadie conviene más que a ÉL, que se crece en la bronca, en el ruido, en la bulla de una calle que se incauta como propia, como si no cupiese otra verdad revelada que la suya. El salvapatrias regresa para salvar a la patria. Retorna a la arena con una falsa humildad pintada en el rostro de cemento. Vuelve a nuestras pantallas, a colarse hasta en la sopa, a acosarnos, a apuntarnos con su dedo justiciero.
Y vuelve para perder la partida una vez más. Porque esa es otra. El pavo este, de apariencia avasalladora, no hace más que perder crédito y acumular fracasos campaña tras campaña, pero mantiene cierto cartel (ay, el cartel) y ahí sigue, viviendo del cuento y haciéndose de oro para escarnio de los incautos que lo aplauden. En fin, este pataleo inservible llega hasta aquí. Sea la voluntad de Florentino. Bienvenido Jose.
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