Una de las festividades más emblemáticas de la ciudad de Jaén, es la de su copatrona Santa Catalina de Alejandría. Cada 25 de noviembre se celebra la tradicional romería popular hasta el Castillo que lleva su nombre, y donde tiene reservada una Capilla en la ... Torre albarrana (conectada a la muralla mediante un arco). Recordamos los relatos del cronista oficial Vicente Oya Rodríguez, que con su habitual elegancia describía la procesión de la imagen de la santa hasta el Cerro, la celebración de la Santa Misa por el obispo, y el tradicional asado de sardinas. El renombrado Castillo de Santa Catalina, junto con la Catedral de Vandelvira (tiene referencias a la santa en la Capilla de San José, Puerta del clero, cúpula y trascoro), son los lugares más señeros de nuestra ciudad. Orográficamente es una derivación de la sierra de Jabalcuz, en donde desde sus 820 metros de altitud se divisa toda la ciudad, rodeada entre un mar de olivos y montañas como Mágina y La Pandera. Este paraje maravilloso está cargado de historia. Por su ubicación geoestratégica ha sido un extraordinario lugar defensivo; existen hallazgos que datan de los íberos. Especial relevancia tiene la ocupación musulmana desde el 711 hasta que fue reconquistado en 1246 por Fernando III 'El Santo'.
Cuenta la leyenda que el rey cristiano tenía dificultades para vencer al rey moro Alhamar, pertrechado en esta fortaleza, pero, entre sueños, Santa Catalina de Alejandría le aseguró la victoria. En señal de agradecimiento le puso al castillo el nombre de la santa de origen egipcio, a la vez que situó una una gran cruz en el lugar actual, como signo distintivo del Santo Reino. Conocer la leyenda y el documento del s. VI, la 'Passio' de Santa Catalina (285-303), cuyo nombre de origen griego 'katharos' significa 'inmaculada', 'pura', nos mueve a imitar su rica personalidad. Sus padres Costes y Sabellina -una bella princesa egipcia-, pronto descubrieron en su hija dulzura, belleza e inteligencia. Para favorecer sus notables cualidades, le construyeron una sala de estudio. Contó con los mejores preceptores de la cultura alejandri-na, a los que llegó a superar. Destacó en la ciencia filosófica, con el estudio de Sócrates, Platón y Aristóteles. El emperador romano Marco Aurelio Valerio Majencio, más conocido por librar la batalla del Puente Milvio contra el emperador Constantino I, mandó que todos los habitantes de la provincia, cristianos o no, se reunieran en Alejandría para hacer sacrificios a los dioses. Esto inquietó a Catalina, que tuvo la valentía de corregir al emperador: «Te saludo, Majestad, porque estoy en deuda con tu dignidad. Pero lo hago con el fin de persuadir a que te alejes de tus dioses y adores al único Dios verdadero». Después de un intenso debate filosófico y teológico entre los dos, Catalina le argumentó que podía llegar al conocimiento de un solo Dios (Padre de Jesucristo) con el solo uso de la razón, máxime si estuviera iluminada por la fe. El mandatario romano, sorprendido ante tanta sabiduría la invitó al palacio. Majencio reunió allí a los 50 sabios de Alejandría para que convencieran a la joven de dieciocho años y de noble cuna, y se retractara de su fe. Catalina con una sólida formación -'Philosophia ancilla theologiae'- les explicó la Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Al final, el más sabio de todos dijo al emperador pagano: «Has de saber, Majestad, que ninguno hemos sido capaces de resistir a esta joven. El Espíritu de Dios mismo habla en esta chica. Ella nos ha llenado de tal admiración que no nos atrevemos ni a decir una palabra contra el tal Cristo: por lo tanto, llegamos a la conclusión de que Él tiene que ser el único Dios verdadero». El emperador irritado y lleno de soberbia mandó quemarlos a todos en la plaza. Algunos de ellos lloraban porque no estaban bautizados, a lo que Catalina les tranquilizó: «Eso no ha de preocuparles. Vuestra sangre servirá de bautismo». Entonces, el tribuno obligó a Catalina para que hiciera un sacrificio ante un ídolo en público. Al negarse, mandó que la azotaran y la encerraran sin comida y bebida durante diez días. En la cárcel fue asistida por ángeles; esto lo comprobó el oficial Porfirio -amante de la emperatriz-, lo que le llevó a la conversión. Junto a él lo hicieron otros 200 soldados. Al no poder doblegar las profundas convicciones cristianas de Catalina, el cruel mandatario ordenó aplicarla el martirio de rueda de púas. Cuando comenzaron a girar las ruedas, los ángeles rompieron las cuchillas. La emperatriz, Valeria Maximila, al contemplar el milagro también se convirtió y confesó su adulterio; le cortaron los pechos y la cabeza. Porfirio la enterró y al manifestar su conversión corrió igual suerte. Por último, Majencio propuso a Catalina que si abandonaba su fe, la nombraría emperatriz; ante la tajante negativa, fue decapitada. A ella se encomiendan estudiantes, filósofos, abogados, notarios, profesiones relacionadas con las ruedas… Se le representa con las señales del martirio: la rueda, la palma y la espada, y con una aureola de tres colores: blanca (pureza), verde (sabiduría) y roja (martirio). A partir de ahora, cuando echemos la mirada al Castillo de Jaén, podemos acordarnos del ejemplo de santa Catalina. Ella nos invita mediante el estudio a adquirir una sólida formación doctrinal religiosa, y nos anima a defender con valentía las verdades de fe, ante los retos apasionantes que la modernidad nos presenta.
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