La palabra sectario es un arma arrojadiza que últimamente esgrimimos con demasiada frecuencia. No obstante la mayoría de nosotros piensa que hoy el sectarismo está muy vigente y recorre nuestra sociedad como un caudal de agua hirviente. Sin embargo ninguno de nosotros se confiesa sectario, ... aunque en el fondo tenemos que reconocer que tenemos no pocos guiños de fanatismo e intransigencia a la hora de defender las ideas. La palabra sectarismo ha ampliado sus significados en los contextos actuales, y a ello me refiero, dejando para otros comentarios las sectas propiamente dichas, tan perniciosas que en nombre de falsos ideales, de excéntricas y perversas teorías, de un tipo de espiritualidad de cegadoras anteojeras, anuladoras del libre razonamiento, han pululado a lo largo de los tiempos y aún ahora sobreviven con marchamo de seriedad. Me refiero a ese sectarismo que imanta muchos ámbitos de nuestra cotidianidad. Sí, hemos hablado mucho de los trincherismos, que se trazan en la política, en algunos medios de comunicación, en las tertulias televisivas, en las redes sociales,…, pero también a ras de suelo en nuestro entorno, volviéndose a la más mínima intolerantes e irascibles.
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No solo hay que distinguir a ese más o menos alejado botarate de turno, o a tal o cual maquinaria doctrinaria, con sus altavoces pontificando e imponiendo sus planteamientos como innegables. A nuestro alrededor, en ámbitos profesionales, familiares, en la realidad cercana, también el sectarismo, la intransigencia, el fanatismo campan por sus fueros. Y nosotros mismos ¿no tenemos nuestro prurito sectario, tozudo? Juan Valera (1824-1905) no aceptaba el puritanismo de aquellos que se indignaban sistemáticamente por cualquier cosa. En su novela Pasarse de listo escribe: «Es cierto que, desde hace poco, nos ha entrado un furor de moralidad, un púdico rubor, que todo lo condena», algo que nos recuerda la obsesión actual por la corrección política. Defendía la libertad política y la tolerancia y teniendo unas ideas muy claras como intelectual y político no dogmatizaba. Cuando debatía lo hacía con elegancia, sin elevar la voz y sin vituperar al otro. Hace unos días fallecía el escritor sevillano Aquilino Duque, brillante, incómodo para el 'establishment' cultural. Su posición crítica ante el discurso político-cultural y estético dominante provocó su marginación, aunque tenía una inmensa minoría de lectores. En una entrevista señalaba: «El sectarismo es por desgracia inherente a la condición humana, es un instinto». Así, especialmente en algunas ambientes siempre se han dado situaciones discriminatorias viciadas, que enrarecen y mixtifican el concerniente panorama. Mientras, el fanatismo se reviste con 'su' impoluta vestidura defensora de los principios. El poema 'Una oración por mi hija' (1919) del escritor irlandés Williams Yeats contiene uno de los más preclaros alegatos contra el sectarismo y el odio intelectual que envenenan la vida política. En la ejemplar traducción que hizo Antonio Rivero Taravillo, por ejemplo, podemos leer: «Mi mente (?) sabe que asfixiarse con el odio/ puede ser la peor de las maldades (...) El odio intelectual es el peor». Mirémonos primero a nosotros ¿somos sectarios en muchas de nuestras actitudes? Nadie que se considere inteligente, libre, moral, puede ser sectario, porque una mente libre rechaza la subordinación a las ideas fanáticas e intolerantes.
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