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Sectarismo polarizado

La Carrera ·

Ahora, cada día me cuesta más intercambiar ideas, intentar convencer al que piensa diferente, o intentar comprender sus opiniones

Martes, 14 de enero 2020, 23:43

Atravesamos el día a día ignorando las ideas y las opiniones de los otros. Se ha vuelto algo normal esta forma de vivir maniquea. Los políticos. Cuyo deber los ha llevado siempre a debatir con quienes tienen puntos de vista diferentes, ahora no entran en ... armar argumentos y discutir en el campo de las ideas; y se enfrentan embistiendo machadianamente sin argüir razonamiento alguno, sino apelando a un difuso asunto en el que pululan el efecto, el sobresalto, el miedo, la exaltación, el dramatismo, las emociones, la congoja, el panorama embarrado y el antagonismo por principio. La política es el gran referente, pero esta polarización vehemente se ha extendido por todas partes. Parece que de nuevo está más en auge que nunca ese 'O yo o el caos' que De Gaulle pronunciara en 1958, en los albores de la V República, y que tanto rentabilizó. Hoy por parte del extremismo populista se vuelve a echar mano de este enunciado y parece que cala en una población que ha dicotomizado su reflexión crítica y se deja llevar por unas identidades reduccionistas y defensoras de la aldea carpetovetónica y cidiana. Ahí estamos y si alguien sólo tuviera acceso a los titulares parecería que estamos en una pavorosa guerra. Y ya saben que se suele decir que cuando se entre en algún tipo de guerra, la primera víctima es la verdad. Estamos ante una polarización de sectarismos que en cuanto a la realidad son completamente falsos. Pero como decía Joaquín Leguina, poco importa este artificio contrapuesto de púlpitos «mientras el mecanismo engañador funcione, provocando en la vida política española un encierro de la inmensa mayoría del electorado en dos jaulas estancas de las que no se puede salir». Y si ahora los focos están en ese tiro al plato que se quiere subrayar como masivo, contra el nuevo gobierno cuando todavía no ha podido mover prácticamente un papel, siento que la ola de fanatismo se extiende por las entretelas a diferentes niveles sociales de toda nuestra coexistencia. Todo se impregna de trincheras y de quienes enarbolan símbolos vacíos de pensamiento razonado. Los 'hooligans' están en las redes sociales, en las tribunas, en el parlamento, en el bar, entre los compañeros de trabajo y amigos, en la familia. Ya no hay sitio para hablar, ni para una valiosa discusión. Sólo queda la embestida, el bufido del estás conmigo o contra mí, 'o yo o el caos'. Quienes se empeñan en ponderar, en valorar la complejidad de la realidad y sus infinitos matices, quienes quieren discernir, sí, comprender, descifrar las cosas, no tienen cabida en el campo de juego, ni en la grada. ¿Por qué porque diverjamos tenemos que ser enemigos? Quiero simplemente recordar a Lorca, a Machado, Unamuno, Baroja, a Galdós,…, a Adolfo Suárez, simples ejemplos de una historia llena de respeto, consenso, cordialidad y tolerancia entre tantas ideas encontradas, pero donde reinaba la más absoluta consideración a los valores y a la libertad del ser humano. Ahora, cada día me cuesta más intercambiar ideas, intentar convencer al que piensa diferente, o intentar comprender sus opiniones. Enseguida saltan lascas y la piel se me hace trizas, y en algunas ocasiones las heridas llegan a cierta hondura, según con quien sea la conversación o el intento de ella. Y voy buscando esos amigos, esos conocidos, esos restringidos foros, donde hablar y debatir no sea un ejercicio de alto riesgo. Aunque de todos modos no desdeño la necesidad de abrir brechas en este necio panorama y defender el intercambio de ideas en un espacio de armonía y avenencia, a pesar de los fanáticos y de sus bocinas y anteojeras, a pesar del ultramontano maniqueísmo de trinchera. Fue Platón quien habló por primera vez de un 'mundo de las ideas'. Lo describió como un lugar en el que estaba la verdad, una especie de paraíso del conocimiento, donde se podían encontrar los patrones de nuestras referencias vitales y anímicas.

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