María Moreno junto a un colegio rural en la Alpujarra.ALFREDO AGUILAR
Desde la provincia
La 'seño' María, una maestra de pueblo
María moreno lópez ·
Durante casi cuarenta años de magisterio, María Moreno ha pasado por una docena de pueblos y aldeas –casi siempre en lo más profundo de comarcas como la Alpujarra–, como una maestra rural que ha formado a numerosas generaciones. El comportamiento de los escolares ha cambiado, la educación es diferente y los recursos también
JUAN JESÚS hernández
Domingo, 3 de octubre 2021
Decidió ser maestra por un impulso que tuvo cuando acudió a la Universidad para matricularse en Medicina. Ese mismo día, de pronto pensó que ser maestra tenía que ser «una cosa muy 'bonica'» y como la nota de Selectividad le daba, acabó en la Escuela de Magisterio. Desde entonces hasta ahora han pasado casi 40 años en los que ha deambulado por pequeños colegios de media provincia, con grupos de todas las edades y con niños que le han marcado y a los que ha marcado. Hoy no se arrepiente de haber dado aquel paso. Al contrario, agradece la oportunidad de haber sido una maestra rural, la 'seño' de pueblo, la 'maaama' para algunos de sus alumnos. María, para el resto.
Cuando aprobó las oposiciones tuvo acceso directo y consiguió plaza en un centro en Charches, su primer colegio. «No sabían ni en la delegación de Educación dónde estaba. Y yo tampoco. Un compañero se me acercó y me chivó que pertenecía a la zona de Guadix». Pasó tres meses en una clase con tres cursos juntos para sustituir a un maestro que iba a jubilarse. Era su primer día de clase y entrar al aula vio sentado al final a un señor mayor y cuando le dijeron que era el docente al que se cubría se les capó un «¡mierda!» en voz alta, un grito tan inesperado como sorprendente que dejó sin palabras a todo el mundo. Fue probablemente la respuesta a un momento de pánico o de confusión. El pobre profesor se quedó helado y contrariado.
«Aquel señor debió pensar 'y a esta loca le dejo yo a mis niños'. También vi la cara que pusieron los escolares y me propuse no decir jamás un taco dentro de un colegio. Era una novatilla de 23 años y me quedé cortada verlo al final de la clase en mi primer día. El hombre había ido a despedirse y a mí no sé que cable se me cruzó».
Esa fue su primera experiencia docente, pero desde ahí hasta que se jubiló ha peregrinado por colegios rurales lejos de los recursos y los medios de que disponen en la actualidad. Eran años de tiza y pizarra y de cuadernos de caligrafía o de cantar las tablas de multiplicar, pero sobre todo era tiempo de maestros que tenían con sus alumnos una especial relación «porque dábamos clase en pueblos pequeños y al final nos conocíamos todos y sabíamos casi todo unos de otros». Así que de Charches a Órgiva y de ahí a Ugíjar, Laroles, de vuelta a Ugíjar, Murtas, Torvizcón, Carchuna y Los Laneros, un anejo a dieciséis kilómetros de Cortes de Baza... Al final pudo conseguir regresar a Ugíjar y acabar allí su trayectoria profesional.
Han sido muchos kilómetros, miles de niños, cientos de historias de superación y algún que otro fracaso, han sido multitud de recuerdos inolvidables de aulas en las que ha llegado a tener 47 alumnos por curso, lejos de las ratios de ahora.
En uno de esos lugares conoció a un inspector que le dio un consejo que ha seguido a rajatabla. «Me dijo que a mis alumnos les diese cariño porque así me los ganaría para sembrar en ellos y verlos crecer como personas, y he comprobado que casi siempre funciona, sobre todo en aquellos años en los que los alumnos respetaban de verdad a sus profesores».
No cree que haya sido un hueso. Nunca ha querido dejar a nadie en el camino, pero reconoce que sido exigente para que los alumnos tuviesen siempre respeto y esfuerzo, y de ahí nacen sus famosos 'contratos' personales a los que llegaba con determinados alumnos conflictivos. «El acuerdo era sencillo y les decía: si trabajas, te esfuerzas y te respetas, primero a ti mismo y después a tus compañeros, yo te ayudaré a progresar. Solía hablar mucho con los estudiantes, y más con los mayores, que entienden perfectamente las cosas. A los niños no hay que engañarlos, es mejor abrirles los ojos a la realidad».
A María le gusta que la consideren una maestra rural. «Todo ha cambiado mucho y los docentes de entonces nos parecemos poco a los de ahora, empezando por el 'puñetero' Séneca, un programa de burocracia que nos quita tiempo de los alumnos para dedicárselo al papeleo». Las diferencias las ve también en la forma de educar, en la de aprender y en la actitud «Los niños antes tenían la referencia de valores y compromisos que cumplían y que asumían, entre ellos el respeto a sus padres y a los profesores; eran cariñosos y empáticos. Yo antes pedía silencio en la clase y callaba todo el mundo, y ahora les pides que se callen y gritan más fuerte».
Admite con cierta inquietud que en el cambio que ha vivido con sus alumnos en diferentes generaciones, se ha encontrado a escolares menos respetuosos y más caprichosos, en parte porque en casa se les ha acostumbrado a tenerlo todo y ya han perdido la cultura del esfuerzo y la perspectiva del valor de las cosas. «Creen que tienen derecho a todo y conocen poco sus obligaciones. No digo que todos sean así, pero en la actualidad hay un porcentaje conflictivo mucho mayor que en mis tiempos; yo jamás recurrí al castigo porque no creo en esa forma de educar, pero hay mucho camino por recorrer en los propios hogares. No se debe hablar nunca mal de un maestro en presencia de los hijos ni darles la razón a ellos sin más cuando se quejen de un profesor. Cuando faltan al respeto a su profesor, o se lo faltan a sus padres o acabarán haciéndolo, y al final las situaciones se descontrolan».
Por todo eso siempre aconsejaba a los padres que fuesen exigentes con sus hijos para que sepan que su esfuerzo es parte de su trabajo porque es lo único que hacen y es para su bien. «He visto alumnos que aprobaban un examen a cambio de un regalo y ese no es el camino. Está bien estimularlos y valorar su interés, pero tienen que saber que estudiar y aprender es una obligación». Lamenta que desde los propios medios de comunicación y sobre todo desde la poderosa televisión se potencie la cultura del poco esfuerzo y del dinero fácil, de la popularidad que te da una falsa sensación de poder. Se divulgan modos de vida que no son reales, y se acentúan prácticas y hábitos que no son saludables, gracias a programas y realitys que proyectan modelos y estereotipos de belleza y éxito que conducen a la frustración. «No es bueno que se incentiven perfiles falsos, pero es peor que esa televisión se vanaglorie de que la mayor parte del público de esos programas basura sean los jóvenes. Mala cosa».
Ha comprobado que los escolares de hoy se dejan influenciar poco por los profesores porque pesa mucho más el entorno, el grupo social de amigos y sobre todo las redes. «He tenido muchos grupos de niños y alumnos muy diferentes, generaciones en los que había quien quería aprender y quien estaba en 'guerra' contra el mundo en rebeldía por los problemas de su casa, por sus insatisfacciones personales y las malas influencias».
Mujeres antes de tiempo
El tiempo y la distancia hacen que María perciba ahora con mayor claridad la transformación que ha habido en las diferentes generaciones, un cambio que ha sido especialmente visible en las niñas. «Se hacen mujeres antes de tiempo pero siguen siendo unas cocos a las que les falta madurez y lo peor es que ellas no lo saben. Cada persona tiene sus ciclos de vida y no hay razón para acelerar ninguno de ellos».
En la cara buena de su experiencia profesional atesora también momentos de conquista y de retos superados que ha permitido que muchos de sus alumnos hayan llegado a la Universidad, entre ellos algunos de lo que ella llama cariñosamente 'mis gitanillos'. «Hoy los veo con sus familias y con sus profesiones y siento una enorme alegría de que yo pueda haber sido en parte responsable de que su vida no se haya torcido. Además, y que quede claro, la rebeldía y la mala educación no tienen nada que ver con la condición social, porque por mi han pasado alumnos de 'familias bien' muy conflictivos y caprichosos, y he visto comportamientos maravillosos y solidarios en alumnos de las familias más pobres».
La 'seño', que ha llegado a tener como alumnos a la abuela, la madre y la hija de una misma familia, asegura que ser maestra rural te convierte a veces en psicóloga, a veces en confidente, y muchas veces en madre. Hablaban con ella y acababan por confesarles sus problemas de familia para que en ocasiones terminasen llorando con ella. «Ahora el apoyo psicológico es normal en los centros docentes, pero hace cuarenta años en el colegio de una aldea alejada la ayuda 'profesional' que podía recibir un colegial era la de su profesor. Aprendí a escuchar y a dar cariño para que los alumnos no sintieran sensación de soledad ni de orfandad. Hacía lo que podía porque mis niños procedían con frecuencia de familias pobres y desestructuradas con infinidad de problemas».
El último consejo que le dio a sus colegiales fue, entre lágrimas, que se mantuvieran auténticos, que no perdieran la alegría y que mejorasen todo lo que pudieran para que la vida les fuese un poco más fácil. Y les pidió que hiciesen por última vez la rutina que repetían cada mañana antes de empezar la clase: cerrar los ojos, respirar profundamente y disfrutar de un momento que ya no volvería jamás.
Y salió del aula repleta de recuerdos con olor a tiza y el agradable murmullo de los escolares que demuestra que ahí hay mucha vida por delante.
La 'seño' María, rodeada de pupilos en el pasado.
IDEAL
Ordenadores, calculadoras y móviles
María es crítica con un modelo educativo en el que se ha retrocedido porque no se ha formalizado un pacto nacional por encima de partidos y de ideologías. Le da la impresión de que a veces nos hemos quedado en la 'figuración' y en lo accesorio para confundir progreso y modernidad por el hecho de usar ordenadores o calculadoras. «Es bueno que se utilicen herramientas que ayuden a trabajar y las calculadoras, por ejemplo, lo son, pero al final un uso inapropiado puede acomodar la mente de los estudiantes. No se trata de memorizarlo todo pero tampoco de que todo se lo den hecho por internet. Es irracional que los niños lleven sus móviles a clase, incluso no es lógico que un niño de Primaria tenga móvil, pero esa es una decisión que depende de los padres».
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