Leonardo da Vinci, que además de pintar de fábula solía tener bien engrasado el sentido común, dijo un día que lo mejor para vivir bien era levantarse y acostarse con el pensamiento de que la vida es corta. Lo cierto es que uno reflexiona y ... llega a la conclusión de que algunos vivos que conocemos están más muertos que aquellos seres queridos que se fueron dejándonos el corazón deshabitado. Hay recuerdos de algunos amigos o familiares fallecidos que son más útiles para seguir viviendo que el trato con algunos vivos que solo lo están en teoría.
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La muerte no existe, afirman esos nuevos gurús espirituales que lo saben todo sobre la nada. La verdad, no sé qué se fuman. Ya con los pies en el suelo, Groucho decía que dudaba de la vida antes de la muerte, y Woody Allen se preguntaba si había chicas después del tránsito.
El hecho de morir se puede ver desde muchas ópticas. Los budistas dicen que nos reencarnamos, y que en la nueva vida nos puede tocar ser un camello o un rollo de papel higiénico de doble capa, mientras que los cristianos hablan de un paraíso sin tique de aparcamiento. En mi opinión, el cuerpo es solo una fugaz apariencia y la muerte es un amanecer en otro lugar, porque nuestra realidad es visible e invisible, cuerpo y alma. Sin este pensamiento se me haría más difícil la ausencia de muchos ausentes a los que he querido más que a mí mismo. Estas son mis creencias, y al contrario que Groucho con sus principios, no tengo otras.
La muerte es un hecho social. Hoy muchos granadinos recordarán a los suyos, y lo harán con la debida instrospección. Y luego está Halloween, que es una curiosa forma de rendirle «respeto» a los difuntos desfilando en esa romería anual de disfraces de brujas y esqueletos borrachos. Básicamente.
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Los que estamos vivos por ahora olvidamos con demasiada frecuencia lo necesario que es morir día a día a la envidia, a la codicia, al odio o al orgullo. Muriendo a estas cosas en vida, marchitarse es un puente tranquilo de una vida a otra. Sin escándalos.
Vivimos como si fuéramos a vivir siempre, derrochando nuestro tiempo en asuntos de poca importancia, cuando es precisamente el tiempo el contenido más valioso de ese tesoro llamado vida.
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