Conocí a Javier Imbroda el 11 de marzo de 2019, en su primera visita a Almería como consejero de Educación y Deporte. Sabía de su ... periplo profesional, como entrenador y empresario de éxito, pero hasta ese momento no había entrado en el grupo escogido de los que hemos tenido el lujo de compartir tiempo y espacio con el hombre valiente y honesto que era. Por mucho brillo que tenga su figura, en las distancias cortas era donde se podía apreciar de verdad la grandeza de su persona. En ese momento era secretaria general de la Delegación Territorial de Almería y lo acompañé durante su visita a las instalaciones, donde saludó a todo el personal. He asistido y acompañado en visitas a otros políticos, pero la forma de coger mi brazo, de agacharse para escucharme atentamente (veinte centímetros de diferencia hacen eso), de preguntarme cómo estás antes que nada, de interesarse por cada órgano, por cada función, fue absolutamente nueva para mí.
Siempre me decía que yo le había gustado ese día, y yo le contestaba que el sentimiento había sido mutuo. En mayo, me convenció para subirme en su barco como delegada territorial, porque en la entrevista no hablamos de nosotros ni de que lo que éramos, sino de lo que quería para la educación y el deporte en Andalucía, de lo que compartíamos: no estar en el furgón de cola, mostrarle al mundo de lo que éramos capaces, poner el foco en el alumnado, buscar la excelencia sin dejar a nadie atrás. ¿Dices no a ese desafío? Esa conversación supuso un antes y después en mi vida profesional, pero también en mi vida personal. Trasladarme a Sevilla, a finales de ese año, más allá de la responsabilidad del cargo de viceconsejera, ha sido un viaje de descubrimiento de la manera de entender y afrontar la vida de Javier Imbroda.
«Nos decía que disfrutáramos, que estábamos en el lado bueno de la política, el de la gestión pensando en una sociedad mejor, sin presiones ajenas»
Hombre inteligente, preparado, capaz, con visión propia, se había encomendado a sí mismo la misión de despolitizar la educación y dar al deporte el lugar que le correspondía, poniendo el foco en lo importante, sin complejos. Como hombre de equipo, los que trabajábamos con él teníamos nuestro sitio, a todos escuchaba, todos éramos importantes en la toma de decisiones. Los consejos de dirección eran un vestuario: mucho respeto y toda la confianza. Si en los éxitos era generoso (siempre eran nuestros), en las pocas derrotas era egoísta, asumiendo la responsabilidad. Con él, el liderazgo tiene su definición y su paradigma, en su capacidad para motivar, influir, organizar y conseguir que en lo que pretendía se implicaran personas e instituciones sobre unos valores comunes.
El tiempo de la pandemia nos encontró trabajando para mejorar el sistema, y en medio de la vorágine de presiones, descalificaciones, alarmas y estridencias varias, supo tomar las decisiones adecuadas. Si de algo estaba orgulloso era de nuestra capacidad de respuesta, porque en su filosofía se podía perdonar el error, pero no la falta de reacción. Las escuelas han sido espacios seguros, se ha avanzado hacia una educación de mayor calidad y más justa, y el deporte ha vivido éxitos sin precedentes. En los momentos de incertidumbre no perdía el foco, nos decía que el objetivo estaba a nuestro alcance, que al campo se sale siempre a ganar.
El equipo de Javier Imbroda sentimos que nos ha faltado tiempo con él, porque eran muchos los retos. Nos decía que disfrutáramos, que estábamos en el lado bueno de la política, el de la gestión pensando en una sociedad mejor, sin presiones ajenas, porque ésas las asumía siempre él. Y creo que en eso reside parte del éxito de su mandato. Nos queda su recuerdo, y lo que nos encomendó, a lo que dedicaremos el tiempo que nos quede.
Lo vi por última vez el pasado 28 de marzo, en su casa de Málaga. Hablamos de la planificación del curso que viene, de lo que teníamos que hacer en los próximos meses y años. Con lágrimas en los ojos, que no me han abandonado desde entonces, creyendo que el partido de su vida, en los últimos segundos, podía ganarse. Y esas lágrimas me cuesta contenerlas, porque más allá de lo profesional, he tenido el privilegio de quererlo y de sentirme querida por Javier Imbroda, de ser parte de su familia, de conocer y querer también a Salvadora, a sus hijos Javi, Pablo, Salva, Víctor y Paco, y a sus amigos, que ahora también siento míos.
Cada comida, cada cena, cada paseo por esa Sevilla en cuyas calles nos perdimos a conciencia para descubrir rincones maravillosos con Gustavo Ballesteros (jefe de Gabinete, apoyo constante, su persona), ha sido una oportunidad de aprender y entender. Cada gesto, cada palabra, cada abrazo, en cada momento, haciéndome sentir que había que aprovechar el momento. Y vivir, siempre vivir.
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